Abundancia hídrica de isla afortunada

Réplica de la Casa de Baños que dio fama al Santa Rita desde la etapa colonial.

“Todas las aguas son iguales”, dijo aquel directivo, y representaba a uno de los organismos más vinculados con el líquido. Rebatirlo hubiera sido desviarnos del tema principal, y me interesaba otra cosa: lograr el apoyo para recuperar el balneario Santa Rita. Lo cierto es que ninguna agua es igual a otra, ni siquiera –a lo largo del año– la que procede de una misma fuente o manantial. Cambia su concentración mineral según los períodos de lluvia o sequía, cortos o largos, abundantes o pobres.

Son distintas, además, en su olor y sabor, transparencia, Ph, temperatura, conductividad eléctrica, macrocomponentes (bicarbonato, hierro, sulfatos, calcio, magnesio, sodio, ácido carbónico, sales solubles y otros), en sus microcomponentes y trazas, nivel de contaminación, presencia de organismos patógenos, aminoácidos, proteínas, antibióticos y radioactividad.

Exponerlo no es ocioso, quedan desafortunadamente algunos “expertos” que sostienen similar criterio al de aquel directivo rotundo al que me referí de inicio e inciden en la atención a este sector y la asignación de recursos.

Nuestra pequeña Isla está llena de suerte, tiene –a diferencia del resto del Caribe– aguas en abundancia; una de sus mayores riquezas. No me refiero a las retenidas en sus 14 represas o embalses mayores, sino a las otras, las curativas y de mesa.

Están las de Mina de Oro, ricas en arsénico. Eliminan casi todas las afecciones de la piel, incluidas el güito o la pediculosis más persistente. Su fango, de un hermoso color amarillo y la textura del talco, tiene el mismo efecto.

Cerca de La Demajagua tenemos las de El Rosario. Termales y de efectos comprobados por el turismo norteamericano que las disfrutó profusamente a comienzos del siglo pasado.

En La Fe, cerca del cementerio, están las de El Respiro, con 39 grados de temperatura, adonde vino a curarse de su artrosis el sanguinario gobernante español Valeriano Weyler.

Un poco más acá, dentro del poblado, están las internacionalmente conocidas del balneario Santa Rita; radioactivas y acreditadas para el tratamiento de una gama súper amplia de padeceres.

Cerca de esta, los manantiales Magnesiano, Santa Lucía (radioactivo) y Ferroso. Y a unos dos kilómetros de la antigua Villa de Aguas (Santa Fe), las del F-34 con un caudal de 30 litros por segundo, o sea, más de nueve millones de litros al año. Y se trata del agua de más baja mineralización en este hemisferio. ¿Significa? Que todos nuestros hoteles de cinco estrellas o cinco estrellas plus importan el agua de mesa –no cualquiera– embotellada en cristal. Allí no se admite el plástico, típico de la producción cubana.

En otras palabras, son más de 50 hoteles en esa condición, un segmento de mercado turístico que paga bien cara el agua que consume, cuando nosotros podemos asimilarlo proveyéndolo de un agua superior a la que importan, si la de nuestro F-34 embotellamos en cristal. Por si fuera poco, también podemos exportarla. Nadie puede hacernos la competencia en este hemisferio con un agua de tan baja mineralización. Somos únicos. Y ricos. Importa saberlo.

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