Abel, inmortalizado

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De pequeño era juguetón, le gustaba ir a la finca de un amigo de la familia a bañarse en el río, montar caballos y buscar melones, caimitos y otras frutas.

Nace el 20 de octubre de 1927, en Encrucijada, Las Villas, donde asiste con sus hermanos Haydée, Aldo, Aida y Ada a la escuelita número uno; luego la familia marcha al central Constancia y cursa del segundo al sexto grados.

Fruto de la educación hogareña era un ser humano capaz de sentir en la mejilla propia el dolor ajeno y de luchar contra cualquier infamia. Una vez llega un nuevo escolar al aula y no alcanza pupitre, Abel comparte el suyo con él durante días y en otro gesto generoso le pide a su papá Benigno que mandara a hacer uno para su condiscípulo.

El maestro Eusebio Lima Recio lo adentra en la lectura, influye en su formación revolucionaria, vocación martiana y en el conocimiento de la lucha por la Independencia; descubre en Abel Benigno Santamaría Cuadrado su fibra patriótica, disciplina y el desinterés;  era comunicativo y le gustaba jugar a la pelota, en la posición de pitcher. Mientras permanece en ese plantel cada fin de curso recita la poesía Los zapaticos de rosa y en sexto grado gana un concurso martiano.

Con 14 años trabaja en la tienda del central donde empieza de mozo de limpieza, pasa a despachador de mercancías y luego a oficinista. Allí conoce a Jesús Menéndez Larrondo, líder de los trabajadores azucareros, y escucha con suma atención sus conversaciones y discursos.

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Viaja a La Habana en 1947,  vence el bachillerato y matricula en la Universidad. El rumbo de su vida cambia al conocer a Fidel Castro Ruz, en mayo de 1952.
Su hermana  Haydée – fiel confidente– y él alquilan un apartamento en el Vedado, desde donde se forja la naciente Revolución, aunque nunca dejan de  preocuparse por su familia que aún vivía en Encrucijada y por las personas residentes en Constancia.

Cuando en la granjita Siboney Fidel pide voluntarios para atacar la posta número tres, en la noche del 25 de julio de 1953, Abel da el paso al frente, pero el Máximo Líder lo rechaza porque quería salvaguardar al segundo jefe del Movimiento 26 de Julio, para que si él moría, lo sustituyera y continuara dirigiendo la acción. Se le destinó tomar el santiaguero Hospital Civil Saturnino Lora.

Al fracasar el asalto, Abel sale a pelear y al ser capturado soporta que le saquen los ojos y lo torturen; el enemigo no consigue doblegarlo. Su único deseo era que Fidel viviera, porque se aseguraba la Revolución. “Es mejor saber morir para vivir siempre”, le confiesa a su hermana Haydée horas antes de ser asesinado. Todos los combatientes prefieren morir antes que dejarse arrancar una palabra.
Abel no solo es el alma del Movimiento, sino, como diría el Comandante en Jefe “el más generoso, querido e intrépido de nuestros jóvenes, cuya gloriosa resistencia lo inmortaliza ante la historia de Cuba”.
A 95 años de su natalicio, aquel joven rubio, con espejuelos redondos de armadura de carey, que vestía pantalón montero y camisa a cuadros al morir el 26 de julio de 1953, no fue solo el elegido del trovador Silvio Rodríguez quien así tituló la canción que le dedicó al combatiente, sino también de Fidel que reconoció sus condiciones excepcionales y de los jóvenes que lo ven convertido en un símbolo de la resistencia del pueblo cubano.

Siempre que se hace una historia/ se habla de un viejo,/ de un niño o de sí,/pero mi historia es difícil:/no voy a hablarles de un hombre común/.Haré la historia de un ser de otro mundo,/de un animal de galaxia/.Es una historia que tiene que ver/con el curso de la vía láctea/.Es una historia enterrada/ es sobre un ser de la nada. Así comienza la canción del cantautor cubano.

 

 

 

 

 

 

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Mayra Lamotte Castillo
Mayra Lamotte Castillo

Licenciada en Periodismo en la Universidad de La Habana; tiene más de 40 años en la profesión.

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