Su inteligencia, arrojo y gracia hacen honor al significado de su primer nombre: Ana, derivado del hebreo, de la palabra Jana. Nace en Puerto Príncipe en una familia acaudalada y adelantándose a su siglo solicita la emancipación femenina.

Cambia su vida al contraer nupcias con el coronel Ignacio Mora Pera, uno de los hacendados camagüeyanos que se levantan en armas y secundan el movimiento libertario del Diez de Octubre de 1868 conducido por el abogado de pensamiento avanzado Carlos Manuel de Céspedes.
La casa de la insigne patriota sirve de almacén de las armas para su envío al campo de batalla y de hospedaje a los emisarios que se dirigen a Camagüey desde Bayamo, Las Tunas y Manzanillo. Ante el asedio enemigo abandona el hogar ymarcha a la manigua a compartir con su esposo los rigores de la guerra.
Entre el diez y 12 de abril de 1869, en Guáimaro, acontece la Primera Asamblea Constituyente de la naciente República en Armas, donde los delegados firman la primera carta magna mambisa el diez de abril para dotar de un fundamento jurídico al país y en los días siguientes aprueban la enseña nacional, eligen a Carlos Manuel de Céspedes presidente y logran unir al movimiento revolucionario.
Ana María Betancourt Agramonte, cuatro días después, en un mitin efectuado en una calle de la Plaza de Guáimaro, con una mesa como tribuna, explica con sólidos argumentos la razón por la cual
proclama la redención de la mujer: “Ciudadanos: la mujer, en el rincón oscuro y tranquilo del hogar, esperaba paciente y resignada esta hora hermosa en que una revolución nueva rompe su yugo y le desata las alas.
“Ciudadanos: aquí todo era esclavo: la cuna, el color y el sexo. Vosotros queréis destruir la esclavitud de la cuna peleando hasta morir. Habéis destruido la esclavitud del color
emancipando al siervo. ¡Llegó el momento de libertar a la mujer!”
Las palabras dichas con vehemencia se pierden en el atronador ruido de los aplausos.
En julio de 1871 el ejército colonialista la sorprende junto a su esposo y gracias a un ardid consigue que él huya, pero la detienen
y le solicitan que escriba a Ignacio pidiéndole la rendición. La respuesta es tajante: “Prefiero ser la viuda de un hombre de honor a ser la esposa de uno sin dignidad y mancillado”.
La mantienen tres meses bajo una ceiba, a la intemperie, en la sabana de Jobabo, como carnada para atraer al coronel Mora.
Enferma de tifus saca fuerzas para escapar de sus captores,
llega a La Habana y parte hacia el exilio. Vive en México, Nueva York y Jamaica, donde en noviembre de 1875 conoce la noticia del fusilamiento de su marido, después se radica en España.
El siete de febrero de 1901, a los 68 años, fallece en Madrid. Sus restos los trasladan a La Habana por gestiones de Celia Sánchez Manduley, luego a Guáimaro, donde reposan en un mausoleo erigido a su memoria.
La destacada independentista sirve de referente a las escuelas Ana Betancourt, proyecto liderado por la Federación de Mujeres Cubanas al triunfo de la Revolución, el cual trajo a La Habana a
14 000 muchachas campesinas de las sierras Maestra, Cristal y Escambray para enseñarles el oficio de corte y costura.
Vilma Espín Guillois, continuadora de ese legado, refiere: “Con palabras vibrantes y bellas, Ana Betancourt plantea hace un siglo que se desataran las alas de la mujer para que pudiera participar en todo. Por suerte, esas palabras quedaron para la historia y nosotras en la Federación de Mujeres Cubanas las hemos utilizado muchas veces”.
En honor a la mambisa se crea la Orden al Mérito Ana Betancourt y más recientemente, el ocho de marzo de 2021, entra en vigor el Programa Nacional para el Adelanto de las Mujeres, piedra angular en el desarrollo de políticas a favor de ellas, al tiempo que promueve el avance femenino y la igualdad de derechos, oportunidades y posibilidades, refrendados en la Constitución de la República de Cuba. Con creces se hizo realidad la petición de Ana.
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