De damnificados a dignificados

Foto: Tomada de Internet

Ocurrió el 28 de diciembre de 1958, tres días antes de que triunfara la Revolución. Una larga hilera de transportes militares atestados de casquitos, precedidos por buldócers quitando las palmas y otros obstáculos atravesados en la carretera para frenar su marcha, había salido de Holguín y transitaba rumbo a Cueto.

El combate comenzó en Rejondones de Bàguano, allí lo esperaban los rebeldes a las órdenes del comandante Bayamo. El convoy enemigo venía al mando de Sosa Blanco, un medio pinero por sus vínculos de familia.

Yo tenía poco más de seis años y lo vi todo o casi todo a distancia, encaramado a una mata de guácima. Nueve bohíos quemó aquel esbirro batistiano haciendo bueno su lema de “cuando Sosa pasa, quema casa”. Suerte que sus lindezas se acabaran: en la primera quincena de enero-luego de un juicio público- fue fusilado.

Menos de un año después, los bohíos quemados fueron transformados en modernas viviendas de mampostería, construidas por la Revolución donde, por cierto, trabajó mi padre, como encofrador y yo “trabajé” también, de mirón, como todo niño.

Un día, acompañé a mi madre en la visita que hiciera a una de aquellas familias que estrenaba su moderna residencia. Y hasta ahora recuerdo la expresión de la dueña: “¡Gracias a Sosa Blanco que me quemó el rancho, ahora tengo casa!”

Hay gente así, después lo aprendí: incapaces de ver hasta lo que tienen delante de sus ojos. Y menos, de agradecerlo a quien en verdad corresponda. Tampoco se debe olvidar que aquellos campesinos, cegados por su atraso ancestral, estaban todavía como recién nacidos, con los ojos cerrados a la realidad.

¿Por qué traigo estos recuerdos al presente? Sucede que acabamos de sufrir el paso de otro huracán, este con el nombre de un bardo amigo: Ian. Pero el otro Ian, el que trajo esta temporada ciclónica, nos dejó un aliento nada poético. Sobre todo en Cocodrilo, que resultó nuestra comunidad más afectada: seis derrumbes totales, cinco totales de cubierta y 20 parciales de techo.

Casi bajo las últimas ráfagas de viento, llegó hasta allí el Primer Secretario del Comité Central del Partido y presidente de la República, Miguel Díaz-Canel. Y dejó una norma de trabajo que ya viene orientando e inculcando desde mucho antes: reconstruir lo dañado con la calidad que nos garantice no volverá a ser destruido por el próximo huracán. Y así se ha estado haciendo. Hoy aquella comunidad toma un rostro nuevo, capaz de resistir mejor el paso de cualquier evento hidrometeorológico.

Pero tan importante como el cambio habitacional que se logra, donde todo va a mejor, es el agradecer de los dignificados. Ninguno sostiene que gracias a Ian tendrá o tiene casa nueva. Lo dicho a Díaz-Canel el tres de octubre por Conrado Figueredo Castillo, quien sufriera el derrumbe total de su vivienda, recoge el sentir de los demás, “estoy convencido de que pronto disfrutaré de mi hogar porque el Partido y el Gobierno no desamparan a nadie”.

 

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