Enseñar historia es hoy una labor compleja y desafiante, como ardua es la labor para todo aquel que intente hablar de pensamiento social, literatura, un poema; en fin, de eso que llamamos Humanidades, donde lo útil parece inútil, en un mundo que busca la rápida ganancia de consumidores y competidores.

Hoy la sobredosis de imágenes y emociones, reducen la atención y y la reflexión para detenerse con calma a leer un libro: Es más fácil ver desfilar al Quijote con sus dos tomos, en imágenes animadas, sin la sofocante lectura que nos pone en riesgo de perdernos algo en las redes digitales.
La historia lineal ha sido rota por lo fragmentario que no mira ni al pasado ni al futuro, sino al aquí y ahora. Nadie puede pretender enseñar historia sin contemplar tales desafíos.
Los otros retos son pedagógicos, tienen que ver con el orden del método y la mirada más polifónica e inclusiva. Enseñar historia no es un acto neutral, trae su carga ideológica donde se legitima el poder y se da una versión de lo ocurrido.
Obsérvese cómo ahora resulta que los soviéticos no hicieron mucho en la Gran Guerra Patria, y Estados Unidos se lleva el mayor honor de la victoria; es que la historia participa en la guerra de discursos ideológicos que no desaparecen como no desaparece la guerra fría.
Por eso, un desafío pedagógico es investigar y dar la referencia de los vencidos y los vencedores, buscar la verdad más profunda del hecho, sin olvidar el precepto Abakúa: La historia es dos veces, lo que sucedió y lo que dicen que sucedió. Muchas veces es la literatura quien sale mejor parada para dilucidar tal disyuntiva.
Un hecho histórico debe ser mirado desde distintos ángulos, sin ocultar o silenciar la verdad. No encuentro un mejor texto para evaluar ese peso de la mirada múltiple en la historia, que la página del cuatro de mayo de 1895 del Diario de Campaña de José Martí, cuando asiste al juicio y fusilamiento de Masabó, quien robó y violó.
En esa página, como en una pequeña cinta cinematográfica, nos deja todo el drama de la escena: El hombre que roba y viola, enfrenta la muerte con valor, en el combate es valiente; Martí no le arrebata la condición de héroe a pesar de cometer hecho vil que incluso el acusado niega.
Cuando suena la sentencia de muerte y luego de las palabras de Gómez, acusando a Masabó de “vil gusano”, la muchedumbre aplaude; detrás del gentío un hombre pela una caña, allí capta Martí, la indiferencia de un hombre ante un hecho tan grave.
Sume a todo ello, la descripción del paisaje y del reo antes de los disparos, la muerte, y el tiro final. Y todo esto lo cuenta un hombre que no es partidario de la pena de muerte, porque la considera inútil.
Si hablamos solo de lo negativo del personaje, estaremos dando una visión parcializada y pobre. Si solo hablamos de lo positivo y no de los errores, también dejamos fuera la verdad.
No podemos olvidar que en las páginas de Historia de Cuba hay zonas de silencios; si no las abordamos, se estanca la verdad, se destruye la memoria; y entonces, en el fondo del aula, un alumno no pela una caña, deja correr el dedo por el celular, sin importarle cómo termina la historia a la que se aferra el profesor, que no ha sabido situarse en la atmósfera de lo que cuenta, y mucho menos, mirar desde el tiempo que entra por la puerta, que ya no es el mismo que corría en sus días de estudiante en el pupitre, cuando un viejo profesor, intentaba enseñar historia, con la palabra, el fuego y el polvo, en medio de la caballería tan frágil y heroica.
(*) Colaborador
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