Los santanillas pineros y su historia de amor

Ecured

Nunca hubo santanillas en esta Isla aseguran algunos, según los cuales esas candelillas de hormiguitas se trajeron no hace tanto y fueron como controladoras de una plaga que afectaba a los cítricos.

Pero la historia las reporta… hace tiempo.

Este mote que acompaña a la familia de los Herrera, surgió allá por el año 20 del siglo pasado. Según los sicólogos, el temperamento es una de las pocas cualidades que se heredan; y los Herrera, por herencia, han sido nerviosos e intranquilos siempre.

Buen Viaje Soto León –nada, originalidades de siempre a la hora de poner nombre a los hijos– era entonces muchacha casadera. Vivía en el Paso de la Vega, y era visitada cada noche por José Antonio Herrera Soto quien pretendía su mano pero jamás se atrevió a decírselo.

Un día, al caer la tarde, el enamorado llegó, como siempre puntual pero más alterado que nunca. Ya sentado en un taburete, parecía que estuviera haciendo ejercicios para quitarse el frío en pleno agosto y no se estaba quieto ni un momento… mientras, la mano derecha, como si tuviera un tic nervioso, rascaba continuamente el bolsillo derecho del pantalón donde –según se supo después– traía la única carta que se atreviera a escribir en su vida.

José Antonio, al decir de un amigo presencial, estuvo toda la noche haciendo visajes y murumacas extrañas pero no se atrevió a entregar la carta que le ardía en el bolsillo.

–Niña, ¿qué le pasa a ese muchacho?
–preguntó la madre cuando el pretendiente se hubo ido.

–Nada, mamá… –contestó Buen Viaje, con lo primero que se le ocurrió–, parece que le cayeron santanillas…

La canalla de la época no tardó en conocer la respuesta de la muchacha, y a partir de ahí el infortunado pretendiente jamás tuvo otro nombre que no fuera “Santanilla”.

Arrastrarlo fue para José Antonio como una pena que le impuso el amor no correspondido de Buen Viaje. Y hasta los hijos que después tuvo cuando se consolidó en la vida y formó otra familia: Aquilino, Guecho, Lino, Modesta… no lo llamaban de otra forma, solo que chiqueándole cariñosamente el nombre, le decían… “Nilla”.

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