Siente profunda admiración por sus padres, “tan honorables como severos y virtuosos”, cuyas enseñanzas forjan su carácter recio, fuerza de voluntad y lo arman contra el vicio y la maldad tentadores, lo cual deviene impenetrable escudo en el combate de la vida.

Al narrar cómo siendo un mozalbete, aunque se mezcla en los enrevesados asuntos políticos de su país, siempre conserva las normas sanas y severas aprendidas en su hogar.
Y son esos patrones de conducta los que lo guían en el torbellino de intrigas y traiciones que siguen al triunfo de las armas de la joven República Dominicana contra la invasión de las huestes haitianas. Años después, Máximo Gómez Báez decide establecerse en Cuba acompañado de su madre anciana y sus hermanas.
El 14 de octubre de 1868 se incorpora al Ejército Libertador y tiene entre sus proezas la dirección de la primera carga al machete en la manigua. Al audaz estratega militar lo declaran ciudadano cubano y lo ascienden a General durante la Guerra de los Diez Años, al cesar la contienda marcha con la mujer y sus hijos al exilio sumido en la miseria.
Los dos generales: Antonio Maceo Grajales y el Generalísimo conocen a José Julián Martí Pérez, en Nueva York, mientras prepara el reinicio de la lucha armada en la isla antillana.
En expediciones dirigidas por el Partido Revolucionario Cubano arriban a Cuba los hermanos Maceo por playa Duaba, cerca de Baracoa, mientras Gómez y Martí desembarcan por Playitas de Cajobabo, en Guantánamo, para incorporarse a la Guerra Necesaria que ya había comenzado.
“Dominicano de nacimiento, cubano de corazón”, así califica José Martí al general Gómez Báez por su compromiso con el destino político de Cuba.
Pocas semanas después constituyen la jerarquía militar del Ejército Libertador y nombran a Gómez General en Jefe y a Maceo Lugarteniente General. Ambos reciben con dolor la noticia de la caída de Martí en Dos Ríos, pero no detienen la beligerancia y protagonizan la Invasión de Oriente a Occidente desde Mangos de Baraguá el 22 de octubre de 1895 hasta Mantua, donde llega Maceo el 22 de enero de 1896.
Al saberse de la caída del Titán de Bronce y de Francisco Panchito Gómez Toro –hijo del Generalísimo–, el Viejo, como le decían sus más cercanos, se pone de pie con el rostro compungido por la pena, la cual deja plasmada en carta enviada a María Cabrales, esposa de Antonio Maceo Grajales.
“Usted que es mujer, usted que puede sin sonrojarse ni sonrojar a nadie entregarse a los inefables desbordes del dolor, llore, llore, María, por ambos, por usted y por mí, ya que a este viejo infeliz no le es dable el privilegio de desahogar sus tristezas íntimas desatándose en un reguero de llanto”.
Nacido el 18 de noviembre de 1836 en Baní, Peravia, República Dominicana, al cumplirse 188 años del natalicio del insigne guerrero resulta inevitable llevar en la memoria al hombre generoso, familiar, buen padre y esposo, capaz de reír, enojarse, de amar, quien a pesar de sufrir sensibles pérdidas no deja de hacer revolución ni se desprende de sus ideales.
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