Abel ofrenda sus ojos por Cuba

De pequeño es juguetón, le gusta ir a la finca de un amigo de la familia a bañarse en el río, montar caballo y buscar melones, caimitos y otras frutas.

FOTO: Archivo

Oriundo del municipio villaclareño de Encrucijada asiste con sus hermanos a la escuelita número uno, donde la maestra de primer grado lo enseña a leer.

Sus padres Benigno Santamaría Pérez y Joaquina Cuadrado Alonso con ilimitada entrega hacen mujeres y hombres de bien a sus cinco hijos: Haydée, Abel, Aldo, Aida y Ada, quienes son seres humanos capaces de sentir en la mejilla propia el dolor ajeno y de luchar contra cualquier infamia.

Cuando se trasladan al central Constancia, en Barrio España, estudia del segundo al sexto grados. Allí tiene un fabuloso maestro que influye en su formación revolucionaria y lo adentra en la lectura y conocimiento de la vida de los héroes de la Patria, de la lucha por la independencia y las obras martianas.

El pedagogo descubre en Abel Benigno Santamaría Cuadrado su fibra patriótica y cualidades como la disciplina, el humanismo, caballerosidad, el desinterés, pues suele compartir su merienda, pupitre y pertenencias con los demás; es comunicativo y le gusta jugar a la pelota, en la posición de pícher.

Mientras está en ese plantel cada fin de curso le toca recitar la poesía Los zapaticos de rosa y en sexto gana un concurso martiano.

Con 14 años trabaja en la tienda del central donde empieza de mozo de limpieza, pasa a despachador de mercancías y luego a oficinista. No le gusta la injusticia, tiene inconformidades y sufre ante tanta pobreza; por eso ayuda a todo el mundo, sobre todo porque en el ingenio se labora solo de tres a cuatro meses. Allí conoce a Jesús Menéndez Larrondo y escucha con atención sus conversaciones y discursos dirigidos a los obreros azucareros.

En 1947, a los 19 años, viaja a La Habana al encuentro de un primo, empieza el bachillerato y después pasa a la Universidad. El rumbo de su vida cambia el primero de mayo de 1952, al conocer en el cementerio de Colón a Fidel Castro Ruz, pues nace una amistad que trasciende los años, los sucesos y la muerte.

“¡Yeyé, Yeyé!”, le dice El Polaco, como lo llaman en su ciudad natal, a su hermana Haydée: “¡He conocido al hombre que cambiará los destinos de Cuba! ¡Se llama Fidel y es Martí en persona!” Su hermana –fiel confidente de luchas– y él alquilan un apartamento en el Vedado, desde donde se forja la naciente Revolución, aunque nunca dejan de preocuparse por su familia que aún vive en Encrucijada y por las personas residentes en Constancia.

Ya involucrado en el movimiento revolucionario, en la noche del 25 de julio de 1953, –a punto de partir hacia el cuartel Moncada–  Fidel pide voluntarios para atacar la posta número tres, pero lo rechaza para esa misión, pues el Máximo Líder trata de salvaguardar al segundo jefe de la acción para que en caso de que él muera, Abel siga al frente. Se le ordena ocupar el hospital civil Saturnino Lora, y lo hace por disciplina porque él quiere ir al cuartel, su único deseo es que Fidel viva, porque es la garantía de que se haga la Revolución.

Ante el fracaso del factor sorpresa, el joven líder ordena la retirada y envía a Fernando Chenard Piña al hospital para avisarle a Abel, pero el mensajero es capturado y nunca llega, lo someten a crueles torturas hasta matarlo.

Algunos combatientes corren hacia el Saturnino Lora en busca de protección. Tras ellos, en su persecución, entran los esbirros de la policía y el ejército de la dictadura.  A los revolucionarios, ocultos en las camas de los enfermos, los delatan, y uno a uno los sacan a culatazos y patadas.

Mas, faltaban las mujeres, por lo cual el chivato insiste a los soldados en que están en la sala de los niños: “Esas –señala a Melba y a Haydée– no son enfermeras ni madres, vienen con ellos, y también aquel disfrazado de médico”, indica para el doctor Mario Muñoz Monroy.

Conducen a Abel con los demás a los calabozos, lo interrogan, torturan y como de sus labios no sale una palabra que pueda comprometer a sus compañeros, ni dar una pista sobre el jefe del Movimiento le traspasan un muslo de un bayonetazo, sacan sus ojos y se los muestran a su hermana para que hable. Ella les responde a los criminales que, si él no había hablado, ella tampoco lo haría.

“Es mejor saber morir para vivir siempre”, expresa a su hermana, horas antes de ser asesinado.

Abel, de 25 años, no es solo el alma del movimiento, sino, como diría el Comandante en Jefe Fidel Castro, “el más generoso, querido e intrépido de nuestros jóvenes, cuya gloriosa resistencia lo inmortaliza ante la historia de Cuba”.

El trovador Silvio Rodríguez, en su canción dedicada a Abel dice que “no se trataba de un hombre común, sino de un ser de otro mundo, de un animal de galaxia, que comprendió que la guerra era la paz del futuro, que lo más terrible se aprende enseguida, y lo hermoso nos cuesta la vida”.

A los 97 años de su natalicio el 20 de octubre de 1927, aquel muchacho rubio, con espejuelos redondos de armadura de carey, no es solo el Elegido del trovador Silvio Rodríguez, sino también el elegido de los jóvenes de hoy que lo ven convertido en un símbolo de la resistencia del pueblo cubano.

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Historia Isla de la Juventud
Mayra Lamotte Castillo
Mayra Lamotte Castillo

Licenciada en Periodismo en la Universidad de La Habana; tiene más de 40 años en la profesión.

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