Para quienes tenemos el oficio de escribir, la entrada al taller de los trabajadores de la gráfica es como llegar a un santuario. Desde la invención de la imprenta reina allí un aroma distinto. Y nos embruja como ninguno. Es el efluvio mágico de la tinta fresca que emanan los textos acabados de imprimir. Allí está la base de todos los saberes, epopeyas y cantares. Multiplicados gracias a uno de los oficios más modestos.

Hay que ser del gremio –como nosotros– para sentirlo, para enriquecernos el alma con su efluvio.
En esta Isla, el taller de los trabajadores gráficos ocupa una cuarta parte de lo que antes fuera el Poligráfico. Algunos comenzaron allí siendo muy jóvenes, como Naidys López Araujo, quien entró con apenas 19 años cuando “todo esto –a su decir– estaba lleno de gente y a full de máquinas”.

Ahora el colectivo es muy pequeño, “de 11 trabajadores que teníamos, nos hemos quedado en cinco debido a las reducciones de plantilla, impuestas por la escasez de materiales”. Son palabras de Roberto Ruiz Linares, el jefe de taller, quien agrega: “La reducción no fue la deriva, preservamos al personal con mayor peso y experiencia, como Ismael…”
Ismael Calderín Ortiz –según conozco poco después por el mismo aludido– es el veterano del grupo. “Comencé en el ’90 –rememora–, y como los demás, soy multipropósito. Aquí todos hacemos de todo y operamos cualquier máquina. Aunque lo mío mío es la impresión directa en esa máquina de offset que… acaba de largar una correa justo en el momento en que usted llegaba”.
Una máquina con más de 50 años de trabajo intenso, y desde hace mucho sin piezas de repuesto. “…camina de remiendo en remiendo, pero no la dejamos haraganear –comenta Ismael–. Como operario… soy su propio mecánico, el que le conoce los detallitos y resabios. Por eso, cuando se pone farruca –sonríe, y le pasa un brazo por encima como a una novia quisquillosa– le hago un regalito, una pieza nueva en el torno, y enseguida la ves como rejuvenece y arranca a guapear”.

Ismael es miembro de la Asociación Nacional de Innovadores y Racionalizados (Anir).
A Yasniel Campos Gómez lo encuentro en la guillotina, una enorme cuchilla de cortar papel o cartón que lanza tajazos gigantescos y a una velocidad imparable. Me atiende sin detener la rutina, tanta es su destreza. Y me entera de una coyuntura desfavorable en colectivo tan armónico. “Aquí se dio un curso, no hace tanto, para preparar el relevo. Fueron unos diez alumnos del politécnico Fe del Valle. La profesora fue Naidys. Pero cuando terminaron… cada uno cogió su camino y nosotros vinimos a quedarnos sin ninguno”.

“Es como dice Yasniel… –interviene el jefe de taller– no tenemos relevo asegurado y ya Ismael… ahorita se nos jubila. Y cuando lo perdamos va a ser muy duro el golpe, es el mecánico autodidacta más completo en la gráfica”.
Indago por los motivos, y su respuesta es obvia: “…aquí el salario es mínimo, y aunque les guste este oficio se van tras otros puestos de trabajo donde la remuneración es mayor”.
A tales alturas estamos cuando pregunto por “el quinto de los mohicanos”,
desafortunadamente está fuera del centro en gestiones de servicios, y me pierdo sus pareceres. Recoge producciones gráficas elaboradas por obreros discapacitados del taller Victorino Terrero, en La Fe.
Vuelto a Ruiz Linares, el jefe de taller, indago sobre los suministros y aceptación de solicitudes. “Estamos en disposición de hacer cualquier impreso gráfico que nos vengan a solicitar –me informa entonces, pero esclarece enseguida–, siempre y cuando tengamos la plancha impresora correspondiente. No disponemos de material para confeccionar planchas nuevas. Tengo las que permiten imprimir tarjetas de estiba, hojas de firma y variedad de modelos de los que comúnmente llevan las empresas. Y en cuanto a materiales… el papel, sobre todo, y la cartulina, las gestionamos con diferentes mipymes. Casi siempre fuera del territorio.
“Donde aparezca el papel, lo compramos. Caro, pero lo compramos. Las empresas del territorio, por los altos precios, adquieren nuestros modelos en pequeños lotes, según su disponibilidad financiera”.
A última hora, corresponde a la profesora Naidys revisar cada detalle y empaquetarlo todo con delectación de artista –como dijera el poeta– para que el cliente reciba el mejor producto. “Antes hacíamos muchos trabajos de diploma, ahora no solicitan tanto ese tipo de servicios. Pero confeccionamos agendas de calidad, y con la misma máquina de las agendas, la engargoladora, hacemos la encuadernación de muchos trabajos de tesis. Quedan muy bonitos, con su junquillo plástico; ese que enlaza todos los huecos del lomo como una espiral”.
Los trabajadores gráficos de la Empresa Industrias Locales son apenas tantos como los dedos de una mano. Pero no hay lugar del territorio adonde no lleguen sus impresos y permitan controlar la disciplina laboral o mantener el ordenamiento económico. Su trabajo, pues, es extremadamente importante. Nunca un colectivo tan pequeño tuvo cometido más grande.

Están preparados, además, para mantener la información impresa en cualesquiera circunstancias, con falta de piezas o roturas transitorias. Y hacer llegar esa información a cada trinchera, a cada bolsillo de soldado, cuando otras vías se tornen inseguras. El suyo es, tanto en la paz como en la guerra, un colectivo de gigantes.