Sexualidad la tercera edad: SUEÑO NO, REALIDAD

La sexualidad ocupa un rol importante en el desarrollo de las dinámicas sociales en todas las etapas; de hecho, según diversas investigaciones, las relaciones afectivo-sexuales influyen en gran medida en la calidad de vida y el bienestar personal. Sin embargo, a pesar de ser un acto de elección personal y libre, existe cierto estigma en cuanto a su realización una vez llegada la vejez.

Al arribar a las seis décadas ocurren en el organismo ciertos cambios fisiológicos que un poco favorecen ese criterio generalizado de que al alcanzar este ciclo las personas se vuelven asexuales.

Por solo citar algunos ejemplos, en el caso de los hombres hay una disminución de la líbido y por tanto una respuesta sexual más lenta, además de menor fuerza y volumen en la eyaculación; mientras que en las mujeres se aprecia menor lubricación vaginal y contractilidad uterina al orgasmo.

Para ambos, la firmeza de los órganos sexuales igualmente tiende a disminuir, pero ello no los hace más ni menos mujeres y hombres en plenas facultades, sino que brinda la posibilidad de explorar nuevas formas de dar y recibir placer.

Adoptar cambios en esta etapa que alimenten las expresiones de la sexualidad implica –de acuerdo con especialistas– la aceptación de las nuevas condiciones, así como la capacidad de librarse de estereotipos y prejuicios sociales.

En ello desempeña un rol significativo una correcta educación que no reafirme los patrones conductuales añejos en los que la mujer es ante todo madre cuidadora/ama de casa, o en el que tras la muerte de uno de los cónyuges
–afecta más al sector femenino de la población– no se establezcan nuevas relaciones afectivas por ser mal visto o que cuando se llegue a un punto en el cual la función biológica de la reproducción ya no es viable, termina también la función sexual.

Otro factor real es la condición de salud de cada individuo. Durante estos años suelen aparecer las enfermedades cardiovasculares, hipertensión arterial o complicaciones por la diabetes, pero cada una es manejable con control sistemático.

La familia tiene en este asunto un espacio relevante. En muchos hogares es común la práctica de que los nietos duerman con las abuelas aun cuando estas tienen pareja –por esa creencia popular de que ya no mantienen relaciones– y no se les brinda un ambiente privado.

Entender que la palabra sexualidad implica más que coito y puede expresarse a través de besos, caricias, coqueteo, palabras románticas, estímulos sexuales y masturbación, brindará un margen de comodidad para que cada quien experimente hasta donde lo desee.

En un país como el nuestro, donde el 20,4 por ciento de la población tiene 60 años o más –este porciento es superior en la Isla–, y tiende a seguir en aumento, resulta imprescindible poner a su disposición las herramientas necesarias para conocer y explorar su sexualidad, pues el desconocimiento, las falsas expectativas y la casi inaccesible ayuda profesional que reciben los ancianos en torno a estos tópicos atentan contra el normal desarrollo de la práctica.

De acuerdo con el trabajo La sexualidad en el adulto mayor, publicado en la página digital Scielo, se define como salud sexual geriátrica a la “expresión sicológica de emociones y compromisos que requiere la más  cantidad y calidad de comunicación entre compañeros, durante toda la existencia, en una relación de confianza, amor, capacidad para compartir y placer, con o sin coito”.

Por tanto, hacer valer las opiniones, gustos y deseos de nuestros adultos mayores respecto a su sexualidad representa, además de una forma de enriquecer su vida, un tema de salud y bienestar.

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Yenisé Pérez Ramírez
Yenisé Pérez Ramírez

Licenciada en Periodismo en la Universidad de La Habana

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