
La guagua echa a andar, va repleta de voces y olores; no faltan los pisotones y una apretazón para la que no hay otro remedio que pegarse y poner la mente en blanco. La guagua arranca, y sobre ella un país con toda la sustancia de ocurrencia y mágico realismo.
Una mujer, de mirada inquieta y filosa palabra, Yuliet Calaña, viaja una y otra vez por la serpentina de asfalto que separa Santa Fe de Nueva Gerona, y nos deja unas crónicas que saltan más allá se nuestros caminos y tiempos.
Unas veces las crónicas nos parecen cuentos cortos, registros de quien recoge la historia y las devuelve en toda su humanidad. Hay poesía, humor,risa que desmenuza la desesperanza y testimonio de guagüera antropología.
A veces la guagua sale de su habitual recorrido, y como un país, pasa por el bohío, los jamoneros, los borrachos de la esquina, la croqueta tan repleta de sensaciones y el estadio de pelota donde la multitud se mezcla con el grito y la experiencia de múltiples lecturas del erotismo. Algo de El Guayabero y del doble sentido saltan en las páginas de este libro de la editorial Áncoras.
En esta guagua de motor y ala, lo imposible es posible: el cake sobrevive al apetito ajeno, el reguetón le hace una broma a Pamela, la mermelada nos unta la cara, los huevos salen por la ventana, y se rompen, y dejan un hilillo entre las piernas, listo para múltiples interpretaciones.
En estas crónicas, la verdad anda sin afeites ni adjetivos de peluquín. Serguei Potiomkin, mostraba a la zarina Catalina, pueblos que eran solo fachadas; pero en la guagua de Yuliet, Serguei no sobreviviría con sus mentiras, aquí está el reverso y anverso de todas las monedas. Hay una sinfonía nacional que ondea en el viento con sus luces, inventos y manchas.
Algo del espíritu de Don Quijote, se mueve en el fondo de estas páginas: libro que hace reír, pensar y llorar. Y es que no le falta la ternura y la poesía, no solo en la metáfora hermosa que nos habla de pecas salpicadas en la cara como si fuera llovizna armada con las sacudidas de unas manos, sino la poesía de los silencios y las hondas sugerencias.
En esa historia, que aparece en el portal del libro: Mirar como los ciegos, hay una plenitud de belleza que desborda la luz por las ventanas. En los olores hay un mundo y en los sonidos otros nombres de la voz, y los aretes son cascabeles que anuncian las manos de una muchacha.
Una guagua…, defiende la mirada de una mujer, el poder de esa verdad que no puede ser silenciada por patrones machistas porque también una mujer es un país.
Y cuando llega la última crónica: Mi Cuba, ahí se arma una algarabía, una armazón de corazones, una tierra vestida de aguacero, se sienten las ganas de abrazar a todos los cubanos. Es cierto que a veces dentro de una guagua llueve más que afuera pero estas crónicas nos dicen que se puede ser ahondador y alegre; que la risa nos define y salva.
Yuliet, da un golpe de luz sobre la mesa, y la guagua intenta cerrar la puerta, monta que te quedas, que la multitud lleva los sueños en los hombros y nada detienen la fiesta y la jiribilla, porque “se puede hablar del 68 y pensar en el 69”, como corresponde a la particularísima cubanía. Una guagua, un país, una mujer, se levantan, y echan a andar.
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