POR Jorge Luis Rodríguez Pérez (*)
Nada como pedirle al genio de la lámpara que nos suplantara y comunique cada razón, sentimiento e idea que deseamos trasmitir, olvidando otros deseos que ayudaran a saltar cada obstáculo que la vida se empecina en ponernos delante. En poco más de un año de aprobada la Ley 162 “De Comunicación Social” su existencia en tres ámbitos vitales ha pasado de ser sonido sordo a una herramienta útil, para convertirnos todos en genios con iguales oportunidades de comunicarnos y ser informados.

Desde hace mucho se han venido introduciendo teorías y conceptos inclinados a mejorar en cómo comunicarse mejor. Nos llega una Ley que mientras para algunos podría ser una más, para otros constituye una tarea a cumplir. La Isla de la Juventud no escapa a este lamentable fenómeno, donde los procesos de comunicación social en los ámbitos organizacional, mediático y comunitario no son entendidos como estratégicos, ni logra su integralidad.
Especial atención merecen tres cuestiones: la débil respuesta de las administraciones y organizaciones, el uso inadecuado de las plataformas digitales en correspondencia con los ineficientes mensajes que se diseñan y la escasa participación de quienes se encargan de comunicar e informar, en las acciones de capacitación convocadas por la Asociación Cubana de Comunicadores Sociales en la ínsula. Considerando que estas funciones son desempeñadas por especialistas y técnicos no graduados en los diversos perfiles que componen la Comunicación Social.
Lo intangible en lo que se ofrece es suprimido por planes de venta e indicadores económicos. Las personas y los grupos decisores que interactúan en las organizaciones, instituciones y las comunidades no logran avizorar la transversabilidad de los procesos de comunicación dirigidos a lograr cambios actitudinales en cuadros y trabajadores, transformar el clima laboral, alcanzar una adecuada cultura organizacional y su influencia en la comunidad, en fomentar la participación ciudadana en la comunidad y mejorar la percepción de los públicos o garantizar una imagen correcta, sin distorsiones, con el apoyo profesional de diseñadores que apunten a una mejora de esta en centros y comunidades.
Con relación al uso de las redes digitales, no se trata de una convocatoria a temerles, pero sí, lo cual es distinto, puede entenderse como una advertencia respecto a lo que hacemos con ellas y el modo en que las pensamos y compartimos cada mensaje sin ejercicios maratónicos. No se trata solo de observar cómo van las métricas de los contenidos generados, pasando por alto calidad de las imágenes, revisión de textos o a qué línea de mensaje obedece, requisitos que muy pocos perfiles o páginas web tienen en cuenta. Cuanto sugiero va encaminado a cumplir con sus objetivos estratégicos o planes de negocios, diseñados de la mano de una oportuna, eficiente y eficaz estrategia de comunicación.
En principio, nadie pensaría que habría algo de qué preocuparse si ya tenemos una Ley de Comunicación Social. Pero esta por sí sola no resolverá estas tres ni otras cuestiones que permanecen como asignatura pendiente en su implementación, lo cual amputa la capacidad de las acciones comunicacionales para articular sentidos y generar respuestas positivas. Son los intereses, las actitudes, los saberes, las costumbres, los sentimientos, las necesidades y tradiciones los que están expuestos en la Ley, pero forman parte de cada ámbito donde nos desenvolvemos con nuevas formas por comunicar y otras maneras de democratización para ser informados.
(*) Presidente de la Asociación Cubana de Comunicadores Sociales
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