No usa capa, ni espada, ni escudo. Su traje de batalla son unas botas gastadas, unas manos callosas llenas de grasa y una mirada cansada que se ilumina al vernos llegar. No hace falta que levante edificios o detenga trenes en marcha, su grandeza está en los detalles pequeños, esos que solo entendemos cuando crecemos. […]