Nos llama poderosamente la atención este pequeño texto de Martí, aparecido en una de las primeras ediciones del periódico Patria, el tres de abril de 1892: “Sobre los oficios de la alabanza”: Es que parece que alguien le comenta al Maestro que era desmedido su elogio al pueblo cubano.

El asunto es que, si a un pueblo se le niegan sus condiciones de carácter para la conquista de la libertad, pues es urgente el elogio oportuno que fomente el mérito y la virtud. Ese es el dilema y la tarea que enfrenta Martí. Las ideas que se desprenden de este artículo tienen ese matiz de fondo.
Comienza por destacar la relación entre la generosidad y el elogio oportuno: “La generosidad congrega a los hombres, y la aspereza los aparta. El elogio oportuno fomenta el mérito; y la falta del elogio oportuno lo desanima. Sólo el corazón heroico puede prescindir de la aprobación humana…”.
Solo el corazón heroico puede prescindir del elogio, aunque el propio corazón heroico puede ser minado por la falta de aprobación. Entre la adulación y la alabanza, la primera es vil, y necesaria la segunda.
¿Por qué es tan necesaria la alabanza? Porque cuando es justa regocija al hombre bueno, aunque se moleste el envidioso. Pero si la alabanza es injusta daña a quien la recibe y más a quien la hace.
Nos deja caer entonces, una de sus mayores certezas: “El vicio tiene tantos cómplices en el mundo que es necesario que tenga algunos cómplices la virtud. Se puede ser, y se debe ser cómplice de la virtud”.
¿Y qué pasa con los que por modestia no aceptan el elogio? Cuidado, que detrás de la modestia pueden ocultarse la falsa modestia y la soberbia: “Una manera de arrogancia es la falsa modestia, a la que pasa como a los sátiros cansados, que siempre están hablando de las ninfas. Desconfíese de quien tiene la modestia en los labios, porque ése tiene la soberbia en el corazón”.
Cuando el elogio es hacia el poderoso, hay que tener mesura; Martí comprende que el poder y la riqueza estimulan la adulación; y para los aduladores guarda la palabra turiferario: “A quien todo el mundo alaba, se puede dejar de alabar: que de turiferarios está lleno el mundo, y no hay como tener autoridad o riqueza para que la tierra en torno se cubra de rodillas”.
Martí deja ver en este trabajo la honda comprensión que tuvo del alma humana, a la vez que llena su pensamiento de menajes éticos que perduran y sobrepasan nuestro tiempo.
En ocasiones expresa nociones del placer ante el propio sacrificio que nos resultan difíciles de asimilar, como cuando dice: “Fue suave el yugo de Jesús, que juntó a los hombres”. ¿Cómo puede ser suave el yugo que nace de una corona de espinas, y la espalda flagelada de Jesús? Es que juntó a los hombres, y ese acto doloroso de servicio tiene por fuente el amor.
Ahora, como si hablara para los insensibles ante el dolor ajeno, nos deja un grito de lucha que no se pierde en el camino de los hombres:
“A puerta sorda hay que dar martillazo mayor, y en el mundo hay aún puertas sordas. Cesen los soberbios, y cesará la necesidad de levantar a los humildes”.
Para eso trabaja Martí, para levantar a los humildes de la historia; para que el corazón no se quede a oscuras, para ponerle alas y no anclas; porque el mundo es torre y es preciso arrimar las piedras en lugar de echarlas abajo como hacen los hombres negativos.
¿Y si el que roba, después por ti da la vida? Se pregunta Silvio Rodríguez. Hay que aferrarse a lo mejor del hombre, para que triunfe sobre lo peor; esas son pequeñas batallas del amor y la piedad.
(*) Colaborador
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