De mis años de estudiante tengo gratos recuerdos: de los amigos, las maldades y la alegría de una buena calificación; pero también, por supuesto, guardo las mejores memorias de las clases, de aquellos maestros que con singular carisma daban un toque especial a cada encuentro.

Las de Historia siempre se prestaban a la imaginación, y que un profesor logre echar a volar los pensamientos del colegial, y trasladarse imaginariamente a cada recóndito espacio al cual invitan el conocimiento y la curiosidad de lo nuevo por descubrir, aviva esa chispa en la mente y convierte en llama el deseo de investigar y aprender.
Poppi –como con cariño le decían– nos hacía las más intrépidas e interesantes anécdotas sobre Martí, siempre tan jovial, contaba incluso pasajes no escritos en los libros, pero con una maestría que hacía enamorarse hasta del más mínimo defecto que tuviera el Maestro.
Sí, porque Martí era humano, él nos lo enseñó, y con ello aprendimos que nadie es perfecto; que porque el sol tuviera manchas no dejaríamos de realzar la luz que emana desde su esencia y tanto bien nos ofrece.
Que si bebía la ginebra, porque cubano era y al cubano le gusta “el trago”; que si enamoraba por aquí, o enamoraba por allá, porque quién no quedaría atrapado en versos tan puros y palabras tan profundas… Sí, ese era Pepe, nuestro José Martí, uno de carne y huesos como nosotros.
Poppi era el maestro que todos querían para sus clases de Historia de Cuba, aunque muy bien se le daban la Literatura y estudiar los textos del Apóstol. Han transcurrido, quizá, más de 15 años desde la última vez que lo escuché, frente a los estudiantes en la plaza, cuando en un matutino recitaba estrofas de La niña de Guatemala:
(…)
“Como de bronce candente,
al beso de despedida,
era su frente –¡la frente
que más he amado en mi vida!–…
Se entró de tarde en el río,
la sacó muerta el doctor;
dicen que murió de frío,
yo sé que murió de amor”.
(…)
Y fue tal la conmoción que no hubo a quien no le brotaran lágrimas –también a él–, porque cuando es el profe que más emoción le pone, todos lo quieren escuchar, aprender de él, hacerlo como él.
Enseñar la historia no es tarea fácil. Esa es una de las ideas que más clara quedó en el reciente III Taller Nacional de Historia, Marxismo-Leninismo y Educación para la Vida Ciudadana, realizado aquí en Isla de la Juventud; sin embargo, impone retos importantes, un colectivo de profesores cada vez más envejecido sabe que incorporar jóvenes a esta profesión y que, además, posean el dote de hacerlo desde el corazón, es la meta más desafiante.
Integrar la enseñanza y el aprendizaje, de conjunto con procesos de investigación y comunicación social con visión de sistema que, a la vez, despierte el interés del estudiante desde la creatividad, nos recuerda que, aunque muchos Poppi tenemos, tantísimos otros nos faltan, que enamoren, atraigan, que logren cautivar, sembrar a Cuba en el alma.
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