¡Qué palabras la de Palabras…!

Uno de mis libros de cabecera es Palabras a los intelectuales, contentivo del discurso pronunciado por el líder histórico de la Revolución Cubana, Fidel Castro, cuyas esencias por estos días arriban a 62 años de vigencia, al considerarse una plataforma de pensamiento de la Política Cultural de la Revolución.

No tuve la dicha de asistir a aquella inolvidable jornada, pero sus protagonistas hablan de tres intensos intercambios en la Biblioteca Nacional José Martí, los días 16, 23 y 30 de junio de 1961, donde Fidel, junto a otros dirigentes de la Revolución y un grupo de escritores y artistas cubanos debatieron preocupaciones, dudas y problemas relacionados con la creación y circulación de ideas y producciones artísticas y literarias.

Muchos se refieren al último día, donde el Máximo Líder manifestó ese famoso discurso, conocido desde entonces como Palabras a los intelectuales y en cuyas líneas se lee:

(…) La gran preocupación que todos nosotros debemos tener es la Revolución en sí misma. ¿O es que nosotros creemos que hemos ganado ya todas las batallas revolucionarias? ¿Es que nosotros creemos que la Revolución no tiene enemigos? ¿Es que nosotros creemos que la Revolución no tiene peligros?

¿Cuál debe ser hoy la primera preocupación de todo ciudadano? ¿La preocupación de que la Revolución vaya a desbordar sus medidas, de que la Revolución vaya a asfixiar el arte, de que la Revolución vaya a asfixiar el genio creador de nuestros ciudadanos, o la preocupación por parte de todos debe ser la Revolución misma? ¿Los peligros reales o imaginarios que puedan amenazar el espíritu creador, o los peligros que puedan amenazar a la Revolución misma?  

(…) Si a los revolucionarios nos preguntan qué es lo que más nos importa, nosotros diremos:  el pueblo. Es la meta principal. Y la Revolución tiene que tener una política para esa parte del pueblo y una actitud para esa parte de los intelectuales y de los escritores. Tiene que comprender esa realidad, y por lo tanto debe actuar de manera que todo ese sector de los artistas y de los intelectuales que no sean genuinamente revolucionarios, encuentren que dentro de la Revolución tienen un campo para trabajar y para crear; y que su espíritu creador, aun cuando no sean escritores o artistas revolucionarios, tiene oportunidad y tiene libertad para expresarse.  Es decir, dentro de la Revolución.

Esto significa que, dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada. Contra la Revolución nada, porque la Revolución tiene también sus derechos; y el primer derecho de la Revolución es el derecho a existir.  

¿Cuáles son los derechos de los escritores y de los artistas, revolucionarios o no revolucionarios? Dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, ningún derecho, lo cual fue recibido con prolongados aplausos.

Este día Fidel destacó que la Revolución no pretendía asfixiar el arte o la cultura, cuando uno de sus propósitos fundamentales era desarrollarlas, precisamente para que el arte y la cultura llegaran a ser un patrimonio del pueblo.

Desde entonces se trabajó en la creación de la Escuela Nacional de Arte, el fomento de imprentas, el desarrollo del hábito de lectura, la consolidación del Ballet Nacional de Cuba, la creación del Instituto Cubano del Arte y la Industria Cinematográficos y la formación de instructores de arte en las manifestaciones de teatro, danza y música, entre otros muchos proyectos.

En los meses posteriores, como uno de los acuerdos del encuentro con los intelectuales quedó constituida la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, apenas la Revolución tenía dos años en el poder y ya había enfrentado, entre las muchas agresiones del imperialismo yanqui, el ataque mercenario por Playa Girón, por lo que Palabras… representó espada y escudo de una nación que siempre ponderaba por encima de toda la cultura.

A 62 años de aquel discurso y al ver hace unos días el acoso a varios artistas cubanos, es vital revisitar el contexto histórico de 1961 y adecuar cada letra de Palabras…, máxime si estamos en medio de una crisis humanística que degrada al ser humano y lo convierte en bestia, un escenario de convivencia internacional dañino, bajo el dominio de un capitalismo terrible, empeñado en destruir la vida en la tierra y despojar a los pueblos de sus identidades, culturas y valores propios.

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