Prueba de fuego por la paz en África (II y final)

Fotos: Archivo personal y de Historia Militar

Vivencias hace 40 años de un Corresponsal de guerra cubano en Angola y reflexiones actuales de una misión que trasciende

Combatientes cubanos y angolanos en el norte angolano

Varias fueron las experiencias profesionales, no solo fue escribir en una máquina con caracteres distintos del idioma Español que luego tenía que corregir con bolígrafo a mano los textos que serían publicados en periódicos y revistas cubanas, sino la de revelar mis primeros rollos fotográficos en el estudio de un colaborador angolano, para luego enviar a Cuba por valija militar los negativos seleccionados, hasta que valiéndome de uno de los reservistas en nuestra tropa que conocía más de laboratorio fotográfico, armar uno rústico con él en condiciones de campaña, en una antigua instalación de los colonialistas portugueses, sede del mando en el frente Norte, lo que permitió hacer allí todo el proceso hasta imprimir las fotos de mis trabajos periodísticos.

Más que de acciones combativas, tenía la oportunidad de narrar otra cara de la guerra, el heroísmo salvador de los combatientes cubanos a favor de la paz defendida en esos años de mediados de la década del ′80 junto a los soldados angolanos, adiestrados por nuestras tropas, que colaboraban, además, con aldeas cercanas en tareas sociales en favor de su población.

En este sentido, fue oportuno un reportaje a la labor de nuestras tropas movilizadas por la salud de la población contra el Aedes aegypti y otros vectores de enfermedades trasmisibles como paludismo y dengue, causante de estragos en la norteña provincia de Cabinda, el cual apareció en Verde Olivo con un epígrafe contrastando aquel hecho de alto valor humano, con el sabotaje criminal cometido días antes allí por terroristas contra su gente.

Mas allá de las misiones militares, eran frecuentes escenas como estas de nuestros combatientes con los niños angolanos

Recuerdo el reportaje realizado en una unidad militar cubana allá donde nuestros combatientes alternaban sus misiones en defensa de la soberanía angolana con tareas tan nobles como crear juguetes para los niños que luego publicara en casi una página el Granma con el título Brinquedos que hacen grande a hombres, como llaman allí a esos aparatos para infantes.

Otro momento que me enseñó a no darme por vencido fue cuando en una intrincada unidad militar en zona selvática se parte dentro de la cámara el rollo fotográfico por lo cual tuve que abrir el equipo en lo más profundo del guardarropa adonde no llegara luz, sacar el celuloide y enrollarlo en su estuche, para no perder las fotos, colocar otro y proseguir mi labor donde quizá no volvería más…

No solo escribía para Cuba, también reportaba para el boletín que nuestra Misión Militar en Luanda enviaba a las unidades en toda la nación africana.

También formé parte de la tropa que preservó la seguridad del lugar donde el Movimiento Popular de Liberación de Angola (MPLA) que gobernaba y el Frente para la Liberación del Enclave de Cabinda (FLEC) –una de las facciones de esa región– sostendrían conversaciones de paz ante el avance de la primera fuerza que contaban con el mayoritario apoyo del pueblo angolano, y cuyas fotos e informaciones del suceso fueron de gran utilidad para el mando en el proceso de mediación y pacificación.

Siempre llevaba conmigo en el cuello, y aún conservo como recuerdo conmovedor, la chapilla metálica con una numeración grabada que permitiera identificar mi cuerpo en los casos más críticos de toda guerra.

Una vez recibí un “jalón de orejas” que me permitió regresar con vida por aparecerme en la capital sin el fusil de reglamento, pensando yo que con la pistola bastaba, algo imprudente cuando los peligros eran cotidianos, y tampoco olvido otro atrevimiento en que salí solo, por intrincados caminos en la selva de la Mayombe, para crónicas y entrevistas como la realizada a un fundador del MPLA (Lucio Lara), en ese momento miembro del Buró Político del Partido en que se había convertido ese movimiento. Pero a pesar de los riesgos en aquel accidentado recorrido con el exguerrillero por los parajes donde había tenido contactos con el Comandante Ernesto Guevara en ese lugar fronterizo con el Congo donde el Che organizó su grupo guerrillero, logré un valioso testimonio al que la revista Bohemia le dedicó buen espacio.

Luego me percaté que eran descuidos que hubieran costado la vida, como ocurrió a otros compañeros que en incursiones por lugares muy peligrosos morían emboscados o por explosiones de minas en inesperados sitios.

Pudiera referirme a otros momentos intensos, desgarradores, como el dolor de ver caer a compatriotas ya a punto de regresar a la Patria, al igual que compartir satisfacciones grandes como la de ver recuperarse a heridos graves y frustrarse acciones enemigas con el decidido actuar de nuestras fuerzas, siempre alertas y previsoras.

Permanecen en mi mente de manera especial las imágenes de Cabinda, región geográficamente apartada del resto del territorio angolano y caracterizada por sus abundantes recursos petroleros extendidos hasta el mar -donde nunca apagan las llamas en las torres de sus pozos de hidrocarburo-, que protegieron de conjunto militares cubanos y de las FAPLA (Fuerzas Armadas Populares de Liberación de Angola) desde los años 70 cuando lograron la victoria frente a fuerzas superiores y frustraron los intentos de anexión de Zaire, respaldado por Estados Unidos y poderosas compañías petroleras aferradas a su dominio colonial.

Las nuevas generaciones de combatientes con quienes compartí allí no solo se enorgullecían del papel estratégico desempeñado en la defensa del norte angolano, sino que se esmeraban por continuar con el mismo heroísmo la Operación Carlota (la ayuda internacionalista de las FAR a Angola desde agosto de 1975 hasta mayo 1991).

Esa Operación fue una de las más singulares hazañas militares de la historia moderna protagonizada allí y toda la nación africana por el país caribeño, cuyas fuerzas subestimaron en EEUU, como admiten documentos desclasificados posteriormente.

Angola, en apretada síntesis, representó para mí un gran honor y una inmensa oportunidad en lo humano y lo profesional que valoro mucho más con los años, que me hizo mejor en todos los sentidos, enseñó a buscar siempre alternativas para cumplir la misión en adversas condiciones e incursionar en nuevos ángulos que profundizaran en la estatura moral y combativa de nuestros combatientes en su entrega por un pueblo hermano más allá de sus deberes militares, en una guerra por la paz y el futuro.

Fue una prueba de fuego, pero a la vez el orgullo inmenso de compartir con los protagonistas de esa epopeya tan patriótica como solidaria, porque allí se estaba decidiendo también el honor de Cuba, su capacidad para poner en alto el nombre de la Patria y demostrar al mundo cuánto puede hacer un pequeño y lejano archipiélago del Caribe por la causa africana, la cual hizo suya, y no solo llevó a la victoria tras más de quince años de lucha, sino que contribuyó a la independencia de naciones vecinas y a la paz en la región.

Es mayor el mérito para nuestra Patria cumplir ese deber desafiando incluso el peligro de ser exterminados por las armas nucleares que entonces poseían los sudafricanos, cambiar el panorama en la convulsa región, garantizar también la independencia de Zimbabue y Namibia, posibilitar la derrota definitiva del Apartheid, la liberación de Nelson Mandela y asegurar la estabilidad de la zona, lo cual hace más trascendente el sacrificio.

Diego de Jesús Rodríguez Molina

Tengo el inmenso orgullo de no solo ser uno de los fundadores de la Asociación de Combatientes de la Revolución Cubana e integrar el Círculo de Corresponsales de guerra de la Upec, sino, sobre todo, de haber sido uno más en ese extraordinario esfuerzo, del cual Fidel expresó algo que adquiere mayor vigencia hoy: “Un pueblo capaz de esta proeza, ¡qué no haría si llegara el momento de defender su propia tierra!”, afirmó como divisando las mayores amenazas de un imperio que en la medida en que se desmorona embiste con más violencia, desespero e impotencia.

Por más que amenacen hoy, el gobierno estadounidense parece haber aprendido la lección que meterse con Cuba sería volver a errar.

Y qué mayor fortuna para un corresponsal de guerra que además de haber sido internacionalista y acompañar a nuestros médicos en Centroamérica –donde el Comandante en Jefe me dio la misión de tutorar a un joven estudiante cubano a punto de graduarse de Periodismo–, continuar hoy en pie de lucha junto a mi pueblo y en la profesión que para mí sigue siendo trinchera, arma, compromiso y pasión.

Además de la Medalla de Combatiente Internacionalista, los corresponsales de guerra recibimos otras condecoraciones como estas

 

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Diego Rodríguez Molina
Diego Rodríguez Molina

Licenciado en Periodismo en la Universidad de La Habana.

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