En más de una ocasión el Presidente de la República de Cuba, Miguel Díaz-Canel Bermúdez ha reiterado la necesidad de formar cuadros competentes, con un alto sentido de la justicia y compromiso político, en busca de seguir enrumbando transformaciones económicas que garanticen el camino socialista.
Justo por eso la actividad de los cuadros de dirección requiere altos valores morales, profunda sensibilidad revolucionaria y un claro sentido del deber, que condicionen su diario comportamiento.
En estas circunstancias se reafirma cada vez más la importancia de preservar la ética como un elemento esencial de la política en Cuba, como conquista de la Revolución, guía del proceso revolucionario e hilo conductor de la gestión de gobierno.
Me viene a la memoria el precepto martiano La Patria es ara y no pedestal lo cual habla de usar la autoridad y el poder que el pueblo y la Revolución otorgan y por los que debemos responder cada día, como un honor y compromiso para contribuir a la obra colectiva, que es desarrollar una sociedad socialista en condiciones complejas y adversas, pero sobre sólidas bases, gestadas a lo largo del proceso revolucionario.
Si bien la preservación de los principios que han conformado una genuina cultura política y ética de la Revolución Cubana es una responsabilidad de todo nuestro pueblo, quienes lo representen en diferentes niveles de dirección y ostenten funciones estatales y gubernamentales tienen el deber de actuar acorde con dichos principios como única forma de legitimarlos, tanto en el desempeño del cargo como en la vida personal.
En correspondencia con ello, nuestros cuadros han de hacer suyos los siguientes preceptos: Ser sincero, no ocultar ni tergiversar jamás la verdad. Luchar contra la mentira, el engaño, la demagogia y el fraude. Ser escrupulosamente veraz en los informes que rinda sobre su trabajo, el trabajo de otros, la producción, el cumplimiento de los planes o cualquier otro asunto. Buscar la fuerza en la razón, la sinceridad, la verdad y la conciencia.
Además de cultivar la vergüenza, el honor y la dignidad; rechazar, por tanto, cualquier ofrecimiento que atente contra esa dignidad, a pesar de las carencias, limitaciones o aspiraciones, siempre bajo la máxima martiana de que la pobreza pasa, lo que no pasa es la deshonra, que con pretexto de la pobreza suelen echar los hombres sobre sí.
Les corresponde también fomentar y cumplir la disciplina, el respeto y la lealtad conscientes al Partido, a la Constitución y demás leyes; educarse a sí mismo y formar a los subordinados en la exigencia del orden y del acatamiento riguroso de las normas y regulaciones establecidas.
No puede faltar el ejemplo personal, así como el respeto y tacto que deben regir las relaciones en el colectivo. A ello se le suma cumplir con la palabra empeñada, combatir la apatía, la indolencia, el pesimismo, el hipercriticismo y el derrotismo.
Cada cuadro debe mantener una vigilancia permanente contra todo hecho o actitud lesivos a los intereses del Estado y la sociedad; mostrarse solícito ante los problemas de sus compañeros, considerar la competencia profesional, la integridad moral y el mejor derecho del trabajador sobre la base de la idoneidad y la capacidad real probada.
En la medida en que asuman la autoridad otorgada como un honor y un compromiso, nunca como una ventaja personal, serán mejores personas con una alta disciplina ideológica y administrativa, con capacidad de análisis propio, lo que le permite tomar las decisiones necesarias y practicar la iniciativa creadora.
El desarrollo de un cuadro no se logra de la noche a la mañana sino en el quehacer diario, por eso todos tenemos una cuota de responsabilidad en su formación por el bien de la sociedad.
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