Momentos tensos y complejos vivimos los cubanos en este agosto, y aunque estamos acostumbrados al asedio de las adversidades económicas agudizadas por el bloqueo estadounidense, es mayor el efecto cuando estas se entrelazan con los ataques enemigos de diversa índole a la población junto a las acciones sicológicas y subversivas.

Aunque algunos lo subestimen no pueden ignorarse los efectos acumulados y combinados del cerco redoblado y el despiadado bombardeo comunicacional por redes sociales y otras vías que incluyen hasta los rumores y bolas malintencionadas echadas a rodar para envenenar con sus mensajes contrarrevolucionarios.
Mientras el Gobierno y demás autoridades aquí se desviven por asegurar los abastecimientos básicos para nuestras familias, preservar el orden y la tranquilidad a la par del esparcimiento a costa de grandes sacrificios, los odiadores y no pocos confundidos y mareados prosiguen disparando como parte de la guerra de carácter no convencional que se nos hace.
Sus disparos van encaminados a atacar a la siquis para desviar y manipular emociones y comportamientos de personas y grupos, como demuestran las experiencias de esas acciones en otras latitudes para derrocar a gobiernos no alineados con su dominación hegemónica.
Entre las recientes insidias está atreverse a explorar en las herramientas de Inteligencia Artificial una venenosa interrogante hecha por uno de los medios anticubanos de ¿cuánto tiempo más puede sostenerse el régimen cubano?, (del que dicen que atraviesa su etapa más crítica desde el Período Especial).
Se escudan en un supuesto enfoque imparcial, que nada tiene de eso ni de objetividad, como si las máquinas pudieran descifrar la firmeza de un pueblo en el poder que resiste con ingenio colectivo.
Sería este otro de los fracasados y constantes intentos de Estados Unidos por “certificar la defunción” de la Revolución cubana, como aquel verano de 1994 en que al decir de Fidel se logró “la gran victoria del 5 de agosto… en que el pueblo aplastó la contrarrevolución sin disparar un tiro”.
De ahí que el presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, alertara: “Cada 5 de agosto nos recuerda que siempre habrá fuerzas oscuras acechando a una Revolución genuina en sus momentos difíciles y que solo la unidad puede revertir los intentos por destruirla”.
Como por arte de magia desaparecieron las piedras y los actos vandálicos cuando Fidel llegó al sitio de los disturbios de grupúsculos de apátridas en Malecón y Galiano, en La Habana, donde el pueblo rechazó las provocaciones alentadas por el gobierno de EE. UU.
Él estuvo allí con el coraje que asiste a la verdad, al igual que ocurre hoy.
Por eso no cabe la ingenuidad frente a planes muy sucios, enfilados a generar inestabilidad y caos para propiciar la caída del gobierno revolucionario.
Lo que vivimos estos días de este otro agosto lo define de manera precisa el viceministro cubano de Relaciones Exteriores, Carlos Fernández de Cossío, en breves líneas compartidas recientemente en Facebook: “El imperialismo se ha enfrascado en un esfuerzo extraordinario para desestabilizar a Cuba este verano, quebrar la paz y la tranquilidad ciudadana, y llevar al país a un escenario de crisis y confrontación”.
E insiste, además, Fernández de Cossío en algo que no pocos ven exagerado o distante: “El reforzamiento de la guerra económica tiene ese fin y apuesta a ese resultado. Lo complementa con la otra guerra, la cognitiva y comunicacional, dirigida a deprimir el espíritu, generar confusión e irritación, y desacreditar todo esfuerzo por superar dificultades, atender las necesidades fundamentales y aliviar el impacto de la agresión despiadada”.
La evolución de los conflictos contemporáneos ha desplazado el escenario de las batallas no solo en los campos físicos o digitales, sino también en la mente humana en que la guerra económica intenta llevar a las personas a un estado de desesperación tal que anule razonar con lucidez, mientras los promotores del caos actúan en las redes sociales.
Tales realidades nos obligan a desmontar rumores, esclarecer, informarse de fuentes oficiales y atenerse siempre a la verdad con objetividad y confianza, en medio de la avalancha de noticias falsas y especulaciones que a no pocos confunde, atonta y desmoviliza.
Pero como reconoce el vicecanciller cubano en el referido mensaje: “La batalla es dura y muy desigual, pero hay que echarla y tenemos con qué”, en una escueta reflexión que agiganta la exclamación de “¡Venceremos!”, que nos compulsa en cada momento crucial de nuestra épica contienda.