Cuando a Jorge Gerardo Martínez Reyes le dieron la misión de dirigir la Esbec Hendrik Witbooi sabía que sería difícil, pero no tanto. En los cuatro años dirigiendo esa escuela internacionalista con loables resultados lo que más le marcó como ser humano fue el ver reflejado en el rostro de esos niños namibios sobrevivientes de la masacre de Cassinga, el horror y la crueldad de la guerra.
“Venían traumatizados. Por ejemplo, la noche estaba tranquilita y de pronto se oía un grito, luego más gritos y todos se levantaban llorando, asustados. Fue criminal lo que les hicieron en Cassinga los sudafricanos. Era un campamento donde todos eran niños y los bombardearon… Muchos vinieron, incluso, con heridas.
“Comenzamos en el 1978 con los primeros 76 muchachos, un varón y el resto hembras. A partir de ahí fueron llegando pequeños grupos hasta completar 650. Tuvimos que habilitar hasta las salas de estar para poner camas para ellos porque no cabían todos dentro de los albergues.
“Lo más trascendental para mí y el resto del claustro fue tenerlos como hijos. Mire si estaban afectados que en una ocasión montaron entre ellos la masacre con un instructor de arte de apellido Castañeda y le dieron participación a toda la escuela. Él buscó sonidos de aviones, tiros… y cuando hicieron el primer ensayo general por poco hay que esperar varios días a que vinieran de los cítricos donde se escondieron.
“Muy pocos hablaban español; solo Sebastián, Paulina, Sapalo y uno o dos más, los demás ni siquiera inglés. Tenían su dialecto y así se comunicaban ellos. Como muchos venían enfermos se mandaban para el hospital, allí permanecían 15 o 20 días y llegaban hablando más español, estaban obligados a aprenderlo para comunicarse con médicos y enfermeras.
“A Wiltse Javier Peña Hijuelos, hoy periodista, pero quien fue fundador de la educación internacionalista aquí, le debemos la brillante idea de convencer a los profesores que vinieron con ellos de que en la escuela hablaran español, así logramos que lo aprendieran”.
Jorge, maestro de la enseñanza Primaria y licenciado en Geografía reconoce en los namibios a alumnos consagrados: “Se esforzaban al máximo por distinguirse en las distintas tareas, principalmente en el estudio. Se repartieron el área del campo, tres surcos eran de este, aquellos del otro y así. Los de los regadíos madrugaban, movían los tubos y en vez de volver a dormir, estudiaban. Eran buenos; nuestros campos eran una belleza. Además, se estimulaba a los cumplidores. Había una emulación muy fuerte y el que tenía los mejores surcos se llevaba a Gerona o la playa, que nunca la habían visto”.
Para este hombre, hoy jubilado, pero quien consagró su vida a la educación y a otros sectores, es obligatorio hablar de Fidel, sobre todo si de educación internacionalista se trata porque la considera uno de sus más sensibles y trascendentales proyectos.
“Siete veces estuvo el Comandante en la escuela. Tenía obsesión con esos muchachos, siempre muy preocupado por ellos. Cuando vino con el presidente de Angola, Agostinho Neto, este se reunió con los angolanos allá en la 42 y qué hizo Fidel, fue para la Hendrik Witbooi, empezamos a hablar y me preguntó que cuántos muchachos de esos yo creía que pudieran salir buenos. Le dije: ‘Mire, Comandante, pienso que unos 100 o 200’. Entonces él me replicó: ‘Yo me conformo con uno’. Dije: ‘¿Sí?’ Y respondió: ‘Claro, porque los que están aquí, salgan buenos, malos o regulares, cuando lleguen allá van a querer tener lo mismo que acá. Educación, cultura… y ese que salga bueno dirigirá a los demás’, mira tú qué visión la suya”.