
Este domingo en la noche supe la noticia. La escritora, antropóloga, etnóloga y pintora cubana Natalia Bolívar Aróstegui pasó a una nueva morada de luz. Aunque la admiraba nunca coincidí con sus visitas a la Universidad de La Habana, pero me honré en conocerla en la Isla de la Juventud.
Llegó emocionada por su regreso al territorio pinero. Vino para presentar en la XXI Feria Internacional del Libro su obra Orisha ayé, volumen creado junto a la coautora Valentina Porras Potts, escrito desde hacía 20 años y gracias a la editorial José Martí se pudo desempolvar y sacar a la luz.

En el texto hay un estudio comparativo de varias religiones conformadas con el paso del tiempo y que tienen una posible equiparación con los complejos religiosos de origen yoruba en Cuba, como la santería.
Lejos de lo que pensábamos, su interés por la religión afrocubana no le vino por la vía académica mediante las enseñanzas en Etnología y Folclor de Fernando Ortiz Fernández, Lydia Cabrera Marcaida y Argelier León Pérez, sino a través de su nana negra por trasmisión oral.
La afamada investigadora narró que estuvo en África, en Camerún, en busca de las sociedades secretas; en Haití y también hizo estancia con los indios americanos.
Ese día la elegante mujer con gran trayectoria revolucionaria recibió la alegría de rencontrarse con Lázaro González Pérez, un antiguo compañero, y el aplauso agradecido de las personas que adquirieron el libro y lo llevaron a casa firmado por la intelectual.
Acompañada de su hija Natalia del Río Bolívar dijo que iba a ser la heredera de todo su legado: su archivo, libros y de todo, porque se lo había ganado.
Recuerdo que al preguntarle por su signo zodiacal con buen ánimo me contestó que era virgo y en el horóscopo chino tenía la personalidad del signo Perro, que significa fidelidad absoluta a la amistad, la justicia y hacer siempre el bien.
Este domingo 19 de noviembre de 2023 partió al descanso eterno a los 89 años la autora de Los Orisha en Cuba, libro cumbre en la literatura religiosa cubana.
Elijo desafiar la tristeza, y traerla a ella a mi memoria diáfana, culta y ataviada con sus collares, que no eran un adorno sino su protección, como cuando la conocí aquel febrero de 2012, en la XXI Feria Internacional del Libro del Municipio, y me confesó que amaba la religiosidad popular y la sentía en la sangre. Entonces, en nombre de todos, un cálido hasta siempre para Natalia Bolívar Aróstegui.
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