El 15 de mayo de 1894, Martí escribe a Leonor la penúltima carta que le dirige. La misiva está llena de premoniciones y preguntas. Ya la madre le ha llevado hasta Nueva York, el anillo hecho con el hierro que arrastró en las canteras de San Lázaro.

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La madre sabe que su hijo del alma, camina hacia el martirio. Y saltan hasta Leonor, estas dolorosas palabras del vía crucis: “Mi porvenir es como la luz del carbón blanco, que se quema él, para iluminar alrededor. Siento que jamás acabarán mis luchas”.
El 17 de mayo de 1895, apenas un año después de aquella carta a la madre, Martí escribe la última página del Diario de Campaña. Recoge muchos nombres de mambises anónimos, hombres del campo y de la Patria…Nos acercamos a esta página, como quien se acerca al preámbulo de una muerte:
“Gómez sale, con los 40 caballos a molestar el convoy de Bayamo. Me quedo escribiendo con Garriga y Feria, que copian las Instrucciones Generales a los Gefes y Oficiales conmigo doce hombres, bajo el Teniente Chacón, con tres guardias, a los tres caminos; y junto a mí, Graciano Pérez” …
Martí nos dice que se queda con doce hombres. El Apóstol de Cuba y doce hombres, las imágenes del sacrificio desfilan en el pequeño símbolo de los números y el agua. Y anota en la página última: “Rosalío, en su arrenquín, con el fango a la rodilla, me trae, en su jaba de casa, el almuerzo cariñoso: “por usted doy mi vida”. Pasan los nombres y para cada rostro, Martí pinta un carácter, una virtud. Nada escapa a su mirada, sabe copiarlo todo, aunque la muerte ya lo aseche. Por unos instantes quien se acerca a la lectura de esta página, quiere detener el tiempo, impedir la muerte…pero el agua anuncia una partida: “Está muy turbia el agua crecida del Contramaestre”.
Y como si la humanidad misma cuidara de un hombre, Valentín, el ayudante español de Gómez, tiene un gesto de servicio y humildad. Porque en esa lucha por la independencia hay españoles buenos:
“…y me trae Valentín un jarro hervido en dulce, con hojas de higo”.
Un jarro hervido en dulce…hojas de higo. Hay algo extraño en esa anotación del servicio de un cocinero…Nadie sabe que solo dos días lo separan de la muerte, pero aquel jarro hervido trae la naturaleza del amor y la despedida.
El 18 de mayo, nada escribe en el diario. Es el tiempo de la carta inconclusa a Manuel Mercado… El 19 de mayo no tiene tiempo de escribir en el diario. Apenas una pequeña nota que le envía a Gómez donde resalta este desvelo: “Hasta que usted no regrese al campamento no estaré tranquilo”.
El hombre que está en el umbral de la muerte, solo piensa en los demás…Y es domingo 19 de mayo de 1895, ya se acerca el mediodía, la palabra y el sacrificio. Está húmeda la tierra de tanta lluvia, y las palmas andan sin manchas. Se acerca una paloma y una estrella, un deseo de morir de cara al sol; a pesar de las mordidas siente la luz y la felicidad. ¿Quién puede a la hora del combate decir que ese no es su lugar? Hace falta ir a la carga, que ya andan de pie los hombres muertos de la Guerra Grande. En un montecito los soldados españoles esperan, y ven a un hombre, en caballo bayo, que parece va para una boda. Tres disparos. Las heridas duelen. Ha caído entre un dagame y un fustete. Un árbol está seco, el otro partido por la mitad. El sol de mayo se hunde en los ojos de Martí. Arde el carbón blanco y lo ilumina todo alrededor. Y no para de nacer, porque la muerte no lo mata. Y no terminan sus luchas.
(Colaborador)
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