La mañana irrumpió en la redacción del periódico Victoria con un sonido poco habitual: no era el tecleo nervioso de las últimas notas, ni el timbre del teléfono con una fuente urgente. Era el rumor contenido de casi todo el colectivo, moviéndose en una sola marea silenciosa hacia un punto común. La noticia, esta vez no estaba en un periódico impreso, sino en el corazón mismo de la sala: el homenaje sorpresa a tres pilares de la casa.

El reloj de la profesión marcaba, para Mayra Lamotte Castillo y Diego Rodríguez Molina, más de cuatro décadas ininterrumpidas de teclear realidades, de perseguir la verdad entre papeles y declaraciones, de vivir con el pulso acelerado por la inminencia del cierre. Más de cuarenta años de ser, en esencia, la conciencia y la voz de una comunidad.

Y es que Mayra y Diego no son solo nombres en una plantilla. Son la memoria viva del periodismo local. En sus caras se leen las madrugadas en coberturas, las carpetas llenas de recortes amarillentos, las entrevistas que marcaron una época y las noticias que cambiaron una vida. Son de esa estirpe de periodistas que huelen la primicia en el aire y que creen, con una fe inquebrantable, que su trabajo es un servicio útil. Ver su sorpresa, esa mezcla de incredulidad y emoción contenida tan propia de quien está acostumbrado a hacer preguntas y no a ser el centro de las respuestas, fue presenciar un momento de pura humanidad en un oficio a menudo marcado por el estrés.

Y junto a ellos, en un gesto que ennoblece el acto, estaba Lisset León Leyva, técnica en Recursos Humanos. Porque un periódico no son solo las letras que se imprimen o acompañan a otros formatos de contenidos, sino las personas que hacen posible que cada día la información llegue a su destino. Reconocer a Lisset es entender que la trastienda, el trabajo callado y esencial en la gestión del capital humano, es también el cimiento sobre el que se construye cada edición. Es el recordatorio de que un periódico es, ante todo, una comunidad de esfuerzos.
No fue un acto grandilocuente. No hubo discursos pomposos. La elocuencia estuvo en los aplausos sinceros, en las miradas de respeto de los compañeros más jóvenes, quienes ven en ellos la brújula de una profesión en constante cambio, y en el simple hecho de parar la maquinaria, aunque fuera por unos minutos, para decir: gracias.
Reconocimos hoy algo más profundo: la tenacidad. La de aguantar los embates de una industria en transformación. La ética. La de mantener la cabeza fría y la pluma honesta frente a la presión. Y, sobre todo, la pasión. Esa llama que, después de más de 40 años, sigue encendida e iluminando el camino para los que vienen detrás.

Hoy, la noticia más importante del Victoria no salió en sus páginas. Se vivió dentro de ellas. Fue la historia de tres trabajadores que, con su trabajo diario, escriben la crónica más valiosa: la del compromiso.
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