En mi barrio de Centro Habana, muy cerca de la Iglesia de la Caridad del Cobre, hubo parranda desde temprano este sábado, pero a eso de las once menos cuarto, el reguetón hizo silencio total y, a través de mi balcón abierto, solo pude escuchar la voz de una vecina: «deja la bobería, chico, que todos los que nacimos aquí somos hijos de Cachita igual».
El contexto lo imagino, porque lo he leído en posts de Facebook y lo he visto en otros debates callejeros, así que me sumo a mi vecina: dejen la bobería, que esos hombres están dándolo todo juntos, sin sacar cuentas pasadas ni dividirse por subgrupos. Ninguna sigla ha sido, para ellos, más grande que las cuatro letras que los unen definitivamente.
Estemos entonces a la altura. Es una buena oportunidad para sentir, de corazón, por Cuba; mira que se puede ser cubano y preferir el fútbol, pero, como diría mi célebre colega pinera Yuliet Pérez Calaña, «se muere un tocororo» cada vez que un cubano le pone alguna mala letra al #TeamAsere.
Personalmente, me encanta que ganemos, pero tanto como eso, estoy gozando volver a jugar pelota en el mismo equipo de los cubanos y cubanas todos, toditos, vivan aquí, allá o acullá. El retorno del deporte nacional como pasión y orgullo de la patria entera es, sin dudas, el gran desafío ganado.
De las redes, me quedo con algunas reacciones para esperar el cruce del próximo miércoles:
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