Madre, cuando te empiezas a ver en ella

Es imposible a veces determinar quién puede o bajo qué circunstancias una llega a convertirse en madre. Lo cierto es que, biológica o no, cada quien tiene una que representa esa figura indispensable. Esa es sin dudas el sol de nuestras mañanas, el apapacho que endulza, la voz que calma.

El regaño firme o tierno que nunca falta, crisol de nuestro amor, madrecita santa; origen somos de la carne donde sembraste el alma. Tiempo infinito de desvelos, caricias y palabras.

Y si acaso a tus polluelos en peligro ves, tú salvas, ya sea sacando las garras o bien despliegas tus alas. A ti que te robamos madrugadas y desterraste el rencor para abrigar con la mirada, amalgama de ternura, de paciencia, fervor y gracia, en el valle de nuestra vida no existirá flor más amada.

Así vas colmando con dicha y levantando montañas de sueños y pasiones, siendo espejo de quienes te aman, tesoro de nuestros días, asombro de una mañana, cuando sin notar el tiempo te vimos en nuestro actuar reflejada.

Al despertar al alba pudimos descubrirnos hablando como ella, cocinando, cantando, enseñando, bailando, escribiendo, llorando como ella.

Sí, llega un día en el cual sus zapatos gigantes ya nos quedan, se siente bien recorrer su huella y a cada paso entender todo aquello que alguna vez criticamos; entonces entendemos los límites, los retos, los enojos, las preocupaciones, los miedos que para con nosotros tuviera.

Entonces le agradecemos, a veces tarde, pero lo hacemos, como si ahí estuviera, acompañándonos siempre de cerca, cuidando, alerta. Llega ese día en que al mirarnos fijo al espejo la vemos a ella, la que por unos meses nos sostuvo dentro de su cuerpo, pero a quien cual pacto inquebrantable llevaremos de guía como si en ese cielo infinito fuera la única estrella.

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Isla de la Juventud
Casandra Almira Maqueira
Casandra Almira Maqueira

Licenciada en Estudios Socioculturales en la Universidad Jesús Montané Oropesa, Isla de la Juventud

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