La verdad y nada más que la verdad…

Imagina una escena de película: un detective conecta cables a un sospechoso, la música sube y un polígrafo —la famosa “máquina de la verdad”— promete revelar si miente. Ahora, baja el volumen: esto no es ciencia, es puro teatro. Si valoramos la justicia y la verdad, necesitamos mirar más allá del espectáculo. El polígrafo no es el héroe que nos venden. Vamos a explorar por qué y cómo podemos buscar la verdad de una manera más justa.

EL POLÍGRAFO: UN TRUCO DE NERVIOS                       

El polígrafo mide cosas simples: tu pulso, tu respiración, el sudor en tus manos. La idea es que, si mientes, te pones nervioso y la máquina lo capta. Suena genial, pero hay un problema: no es tan simple. Tu corazón puede latir rápido porque tienes miedo, tomaste café o no dormiste bien. ¿Y sabes qué? Eso se ve igual en la máquina que una mentira.

Estudios serios lo confirman. En los años ’90, un grupo de expertos encontró que los polígrafos se equivocan hasta en un 40 por ciento (%) de los casos. Es como tirar una moneda al aire y esperar justicia. La Asociación Americana de Sicología dice que, en el mejor de los casos, aciertan un 70%, pero solo en pruebas perfectas que no existen en la vida real. Obviamente no podemos confiar en algo tan frágil.

Hay más: dos casos históricos, Frye y Daubert, dejaron claro que la ciencia debe ser confiable para usarse en un juicio, y el polígrafo no pasa la prueba. En 1998, un caso llamado Estados Unidos vs. Scheffer lo remató: los jueces dijeron que los polígrafos confunden más de lo que ayudan. Pero, increíblemente, todavía se usan en interrogatorios, entrevistas de trabajo y hasta para decidir quién entra a un país.

Piensa en esto: Aldrich Ames, un espía que traicionó a EE.UU., pasó varias pruebas de polígrafo como si fuera un juego. Mientras tanto, tu vecino podrá jurar que no robó el microondas, pero si su pulso sube, ya sabes: mejor que haya un buen abogado cerca. Por tanto, amigo lector, cuidado con el humo que vende Hollywood, sin un consenso científico “a prueba de balas” las gráficas coloridas solo sirven para confundir, nunca para convencer.

EL MISMO LOBO CON PIEL DE ALGORITMO

No necesitas ser un genio para engañar a un polígrafo, basta con buscar en internet: apretar los dedos del pie, imaginar algo triste o respirar hondo puede hacer que la máquina vea lo que quieres. Y  por supuesto, detrás de cada polígrafo hay una persona, con sus propios prejuicios, tratando de leer esas líneas como si fueran un mapa de la verdad. Entonces el asunto no es muy objetivo que digamos ¿verdad?

Pero aquí no termina: en muchos lugares, si te niegas a la prueba, parece que escondes algo. “Si eres inocente, ¿por qué sudas?”, te dicen. Pero, ¿dónde queda tu dignidad cuando tu cuerpo —tu pulso, tu sudor, ¡tu vejiga!— se convierte en testigo contra ti?

LA VERDAD SIN CABLES

El polígrafo no es la estrella que nos prometieron, los porcientos lo sitúan más como espectáculo que como ciencia. Es el vestigio de una era que confunde innovación con certeza. Sus errores, ciencia dudosa y daño humano lo descalifican. Pero la verdad no necesita algoritmos: vive en nuestra capacidad de escuchar y pensar.

Apaguemos las máquinas y dejemos atrás el teatro. Se necesita una justicia que brille con certeza, no con ilusiones.

(*) Máster en Sicología de la Salud

Otros artículos del autor:

    None Found

Columna Isla de la Juventud
Colaboradores:

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *