
El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro. Foto: AP.
El colega del citado medio no puede rehuir la evocación a lo que se decía a la entrada de los campos de concentración nazis, donde los niños eran sacrificados en los hornos crematorios, de que “el trabajo dignifica al hombre, al referirse al deseo del presidente de descriminalizar la legislación de hoy de Brasil que prohíbe el trabajo infantil.
Según el monólogo de Bolsonaro, circulado en la mencionada red, no sería ningún drama que a los niños se les permitiera ir a trabajar a contrapelo de toda la pedagogía y la práctica de los países civilizados del mundo, a partir del sustentado criterio de que el trabajo infantil, que roba a los menores el tiempo para el estudio y el juego se considera un crimen contra los derechos de la infancia.
Discrepo, sin embargo, que sea su última locura retrotraer al país a los tiempos en que la escuela y el saber era un derecho para pocos privilegiados, marginando a los pobres, después de un disparatado rosario de intenciones y decisiones que han caracterizado los primeros meses del excapitán gobernante de tierra arrasada de aborígenes del Amazona, homofobias, intolerancias evangelizadoras e intervencionismos
Mejor preguntar, y de paso prevenirse, cuál será la próxima locura de este embalado fascistoide de rancio conservadurismo, emulador de Donald Trump.
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