
Mucho ha llovido en Cuba desde las primeras trasmisiones de la radio. Sin lugar a dudas ese medio está hecho para los países más humildes, aquellos en los cuales ha llegado tarde todo y siempre se debe andar a la zaga de un mundo de desigualdades.
Pero la nación de entonces llevaba apenas unas décadas de independencia y se estaba haciendo a sí misma entre los dolores de un presente y las ansias del pasado. En 1917 ya en Caibarién el asturiano Manuel Álvarez, conocido como Manolín, había realizado las primeras trasmisiones de lo que aún no era una programación radial articulada. Pero más allá de eso, el país que iniciaba sus pasos entre el concierto de las demás entidades globales, requería de sus propios sonidos, de sus artistas, de una masividad instantánea que todavía era impropia de estos lares.
Ya fuera en La Habana o en el centro o el oriente de la Isla, todo estaba por levantarse, había una especie de vacío inmenso. Se puede decir que con la radio nos comenzamos a conocer un poco mejor unos a otros. No importaba que el primer discurso presidencial se trasmitiera también en inglés, como influencia de los norteamericanos, tampoco que el comercialismo pronto inundara las plantas y que incluso determinase a cuáles artistas se contrataba o no. La reconstrucción de lo cubano a partir de la radio era indetenible y ha dejado su huella por generaciones.
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