LA HUMANIDAD DE MARX

Ahora las mercancías bailan un strip tease universal, y el ciudadano se convierte en consumidor en medio de un colosal espectáculo. La cosificación de las relaciones humanas es tal, que la cosa creada por el hombre termina por dominarlo hasta liquidar al sujeto de la historia.

Es el cinco de mayo de 1818, y en la ciudad de Tréveris, al oeste de Alemania, nace Carlos Marx. Su nombre perdura más allá de los siglos. Un Prometeo del pensamiento que intenta entregar el fuego a los hombres para alumbrar los caminos de la liberación humana.

Estudia filosofía en la Universidad, su tesis doctoral es un viaje a la mirada del mundo griego: Demócrito, Epicuro, y la libertad ante los determinismos de los átomos que sostienen al mundo. Es seguidor de Hegel, hasta que la pregunta sobre las fuentes de la injusticia lo llevan al estudio de las relaciones de producción que establecen los hombres y señala los poderes adversos de la sacrosanta propiedad privada.

Se vincula a las luchas sociales de su tiempo. Escribe el Manifiesto Comunista y agita la creación de la Asociación Internacional de los Trabajadores. Investiga sin descanso la sociedad capitalista de su tiempo y deja una obra fundamental: El Capital. La publicación de su primer tomo es en 1867 y se imprimen mil copias.

No es El Capital una lectura fácil, pero tiene una impecable lógica interna. Comienza desmenuzando la categoría mercancía para llegar a redes cognitivas más complejas donde revela la contradicción fundamental de la sociedad capitalista a cuyo reino le llama la prehistoria de la humanidad, la que precisa dar paso a la verdadera historia donde el hombre rompa las fuentes de enajenación humana. Y lucha por esa sociedad más justa, en el reino de este mundo. Pero sus postulados fueron distorsionados hasta ser convertidos en catecismo anulador del pensamiento crítico. Ya en su tiempo se veía venir tal desviación que no interpretaba correctamente su lógica dialéctica, por eso exclama: “Yo, Carlos Marx, no soy marxista”.

Toda su creación no fue un camino de rosa. Es expulsado de varios países. Muere un hijo pequeño y no tiene recursos para enterrarlo, y toda la noche la pasa el hijo muerto en el último cuarto hasta que manos piadosas le dan dinero para el doloroso entierro. Otro hijo se le muerte de hambre. Anda sin trabajo y la mano de su amigo Federico se extiende más de una vez; muere su esposa el dos de diciembre de 1881, última herida que se lleva abierta hasta su muerte el 14 de marzo de 1883.

Finalmente, Marx creyó que la caída del capitalismo estaba cerca y que se iniciaría por los países más desarrollados. Sin embargo, el hielo se rompería en un país atrasado, en la Rusia zarista de 1917 y lo que terminó por derrumbarse fue el ensayo de una experiencia socialista en buena parte de Europa del Este. Eso no significa que Marx estaba totalmente en un error.

No es lo mismo la inquisición que el cristianismo, ni Torquemada que Jesús de Nazareno. Los errores o fanatismo de la fe no niegan el mensaje ético de los Evangelios. Tampoco se puede negar la gran denuncia ética de Marx al sostener que “el capital vino al mundo chorreando sangre y lodo por todos sus poros”.

Marx no pudo prever el nacimiento de la industria del ocio ni la mutabilidad de la sociedad capitalista para adaptarse a las nuevas realidades. Pero sí comprendió y fundamentó la idea de Balzac en Papá Goriot, de que la dignidad puede convertirse en valor de cambio.

Ahora las mercancías bailan un strip tease universal, y el ciudadano se convierte en consumidor en medio de un colosal espectáculo. La cosificación de las relaciones humanas es tal que la cosa creada por el hombre termina por dominarlo hasta liquidar al sujeto de la historia. La caverna de Platón se ubica, según las nuevas leyes del mercado, en un magnífico libro de José Saramago, en el Shoopping Center, allí se venden los tickets para los compradores ávidos de nuevas necesidades artificiales. Desde la acera, frente a la tienda, Marx sonríe y comprende por qué la muerte, no lo mata todavía.

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