Ella sonreía como adolescente mientras conversaba a través de su celular. La tarde ofrecía una temperatura agradable que entre los arbustos del parque, se tornaba aún más fresca; un pequeñuelo correteaba con una alegría infinita, como si la glorieta fuese su lugar favorito, donde repartía, a ratos, abrazos a varias personas familiares a él.
–¡Mamá, mira! –le dijo el nené a la mujer que segundos antes se sonrojaba ante la llamada telefónica, quería mostrarle sus saltos como el conejo de la canción infantil, y ella con los ojos felices se puso a saltar junto a él entre risas y aplausos que la pareja de abuelos alentaba con total emoción viendo la escena de madre e hijo.
Unas galleticas fueron el premio de tan divertido momento, ofrecido por uno de los hombres del grupo familiar. –De las que te gustan–, le dijo al niño con un cariño inmenso. Todos sonrieron y observaron al más pequeño golosear su dulce, mientras yo veía cuatro generaciones distintas juntas, disfrutando de una tarde de domingo al aire libre como si fuera la fórmula para ser feliz.
De eso se trata el amor: querer, cuidar, proteger, acompañar, estar, ser, mimar, trascender en la vida de las personas que amamos y reírnos como infantes ante la vida, sentir placer incluso con pequeños instantes porque cuando nos enamoramos de lo que tenemos y apreciamos la dicha de pertenecer a familias, amistades, lugares, donde afloran la alegría y la risa, el amor sin dudas te rodea.
El girasol reflejó un brillo especial en la mirada de la muchacha al ver llegar a un hombre de mediana estatura, quien con la flor en mano la abrazó por la cintura, la alzó y giró con ella como par de adolescentes enamorados. “Vive la vida con quien te dé vida”, dice el adagio, el alma y el corazón vibran bonito cuando te amas a ti y a quienes te hacen sentir feliz y vivo…
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