“(…) Me encuentro bien…Llegamos a Isla de Pinos el día 15, a las ocho de la mañana. Acto seguido nos trasladamos al campamento donde nos ubicaron…, se trabaja hasta de noche, la comida es poca y hay unos mosquitos que no nos dejan vivir tranquilos, pero nosotros somos más guapos que ellos…Bueno, los dejo que llegó el camión…Los quiero con el corazón (…)”.
Fragmento de la única carta enviada por Tite a su familia que así nombraba a Cristóbal Labra Pérez, uno de los 1 500 jóvenes incorporados al contingente agropecuario Luis Ramírez López para reconstruir Isla de Pinos, hoy Isla de la Juventud, devastada por el ciclón Alma, ese junio de 1966, que a su paso destruye plantaciones, granjas avícolas, postes de electricidad, una torre de radio y causa daños a viviendas.
Solo ocho días median entre la llegada de Tite en el “ferri” por el río Las Casas y su muerte heroica al intentar apagar el fuego del almacén en la granja La Reforma.
Nace en Candelaria, Pinar del Río. De extracción social humilde tiene una infancia de carencias económicas. Solo estudia hasta el cuarto grado en una escuela pública de Punta Brava, lugar donde residía. Integra las Milicias Nacionales Revolucionarias y participa en la limpia del Escambray.
Es noble, alegre, está orgulloso de pertenecer a la Unión de Jóvenes Comunistas y asume las tareas con mucha seriedad, nunca se queja, ni siquiera de los aguaceros que lo empapan, a pesar de ser enfermizo y asmático.
Al descollar como uno de los mejores, lo designan jefe de la vaquería 16 de la granja La Reforma: el 22 de junio mientras descansan en el campamento escuchan disparos de aviso, todos corren hacia la nave de madera repleta de abono químico, la cual coge candela. Los jóvenes –algunos con la boca y la nariz cubiertos con pañuelos y otros sin nada– empiezan a extraer los sacos que al cargarlos quemaban la piel.
Cristóbal iba al frente; tres veces lo sacan y regresa porque “no podían dejar perder los bienes del pueblo” hasta que la asfixia, originada por la inhalación de los gases tóxicos, le corta la respiración; lo llevan al hospital militar de Santa Fe, donde médicos y enfermeras tratan de salvarlo sin conseguirlo; al otro día, fallece con 27 años, en la aciaga tarde del 23 de junio de 1966.
Como constancia del fatal suceso, sus compañeros colocan una piedra donde plasman su nombre y la fecha de su muerte. En tanto, en el lugar donde estaba el almacén se erige un monumento.
Aunque sus restos reposan en el cementerio de El Guatao, en Punta Brava, en su Pinar del Río natal, en cada aniversario de su deceso el pueblo pinero junto a columnistas de la década del ’60 –quienes compartieron sus misiones– le rinden tributo en el obelisco de mármol con el emblema de la Unión de Jóvenes Comunistas y la tarja con su nombre y la fecha de su muerte, en el poblado La Reforma, antiguo latifundio batistiano convertido por la Revolución en granja del pueblo y en polo ganadero del territorio en el momento de aquel infausto hecho.
A 57 años de la partida de Cristóbal Labra, quien entrega hasta el último aliento de su vida en defensa de los recursos del Estado, constituye un arquetipo de audacia y responsabilidad para todas las generaciones de jóvenes, esos que con Sentir Pinero y desde diversos frentes impulsan la producción de alimentos para el pueblo y contribuyen al desarrollo territorial al aplicar la investigación, ciencia, técnica, innovación y comunicación.
Nota: Consultados el libro Cristóbal más que el nombre de un estadio, de Luisa Herrera Martínez, y artículos del periódico Victoria.
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