
Si alguna vez leíste en redes sociales que “tu lóbulo frontal no termina de desarrollarse hasta los 25 años”, ten cuidado: es una simplificación que la ciencia actual ya superó. Estudios recientes demuestran que el cerebro, lejos de completar su maduración a esa edad, sigue reorganizándose de forma significativa hasta pasados los 30 años, en una fase que los neurocientíficos empiezan a llamar “adolescencia prolongada”.
El mito de los 25: un origen científico malinterpretado
La creencia popular de que el cerebro se vuelve adulto a los 25 años tiene su raíz en estudios pioneros de neuroimagen de finales de los 90 y principios de los 2000. En 1999, un seguimiento de cerebros de niños y adolescentes mostró que la materia gris –responsable del procesamiento cognitivo– experimenta un proceso de “poda sináptica” durante la adolescencia: se eliminan conexiones neuronales poco usadas y se fortalecen las más eficientes. Este proceso, crucial para la maduración, se observó especialmente en el lóbulo frontal, área clave para la toma de decisiones, el control de impulsos y la planificación.
Uno de los estudios más citados, dirigido por el neurocientífico Nitin Gogtay, escaneó cerebros de participantes desde los 4 años cada dos años, descubriendo que la maduración dentro del lóbulo frontal avanza de atrás hacia adelante. Las regiones motoras maduran primero, mientras que las áreas frontales más avanzadas –vinculadas al juicio y la regulación emocional– aún no lo habían hecho completamente al finalizar el seguimiento, alrededor de los 20 años. La extrapolación de esos datos llevó a estimar los 25 años como un punto final probable, una cifra que se popularizó rápidamente en cultura y redes, a menudo como excusa biológica para comportamientos impulsivos en jóvenes adultos.
Nuevos hallazgos: la “adolescencia cerebral” se extiende hasta los 32
La neurociencia avanzó desde aquellos primeros estudios. Hoy no solo se analizan regiones aisladas, sino la conectividad entre ellas. Un estudio reciente de gran escala, publicado en la revista Nature Neuroscience, evaluó la topología de la materia blanca –las “autopistas” de fibra nerviosa que conectan distintas zonas del cerebro– en más de 4.200 personas desde la infancia hasta los 90 años.
Los resultados identificaron periodos críticos de desarrollo, entre ellos una fase que abarca desde los 9 hasta los 32 años, denominada “adolescencia cerebral”. En esta etapa, el cerebro equilibra dos procesos dinámicos: la segregación (formar “barrios” especializados de pensamiento) y la integración (construir “carreteras” rápidas entre ellos). Según el estudio, este equilibrio no se estabiliza en un patrón considerado adulto hasta superados los 30 años.
La métrica clave fue la “pequeña escala” (una medida de la eficiencia de la red neuronal), que predice la edad cerebral en ese grupo. Aumentarla equivale a añadir carriles rápidos en una red de transporte: los pensamientos complejos encuentran rutas más directas y eficientes. Después de los 32 años, sin embargo, el cerebro cambia de estrategia: deja de priorizar la construcción de nuevas autopistas y se centra en mantener y reforzar las rutas más utilizadas.
Implicaciones: un cerebro en construcción es un cerebro con oportunidades
Que el cerebro siga reorganizándose durante toda la veintena y principios de los treinta tiene implicaciones profundas. Lejos de ser una excusa para la inmadurez, es una ventana de neuroplasticidad elevada –la capacidad del cerebro para remodelarse en respuesta a la experiencia– que podemos aprovechar.
Las investigaciones sugieren que ciertas actividades potencian esta plasticidad:
– Ejercicio aeróbico de alta intensidad, que estimula la liberación de factores de crecimiento neuronal.
– Aprendizaje de idiomas o habilidades complejas (como tocar un instrumento o jugar al ajedrez), que exigen un esfuerzo cognitivo sostenido.
– Reducción del estrés crónico, conocido por dificultar la formación de conexiones saludables.
“Para quienes aspiran a un cerebro de alto rendimiento a los 30, es útil desafiarlo a los 20, aunque nunca es tarde para empezar”, señalan los expertos. La idea de un “cerebro adulto a los 25” no solo es inexacta, sino que puede limitar nuestra percepción del potencial de crecimiento en la juventud tardía.
El mito de los 25 años era una simplificación útil en su momento, pero la ciencia evolucionó. Hoy sabemos que el desarrollo cerebral es un proceso continuo, sin un corte abrupto. Entender que nuestro cerebro sigue “en obras” hasta los 30 no debe usarse como justificación para conductas irresponsables, sino como una invitación a nutrirlo con experiencias enriquecedoras y a tener paciencia con nosotros mismos –y con los demás– en ese viaje prolongado hacia la madurez.
Fuentes: Estudios de neuroimagen de Gogtay et al. (1999-2004); investigación en materia blanca publicada en Nature Neuroscience (2022); análisis de redes cerebrales y desarrollo en la adolescencia tardía.
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