Ni el fracaso del asalto al Palacio Presidencial para ajusticiar al tirano Fulgencio Batista, ni la pérdida de su líder estudiantil José Antonio Echeverría al caer cerca de la escalinata universitaria tras la infructuosa toma de la emisora Radio Reloj hacen desistir de sus ideales a los sobrevivientes del Directorio Revolucionario (DR).
A pesar de la cruel cacería desatada por el sátrapa, los combatientes se reúnen y eligen al estudiante de Agronomía, de 24 años, Fructuoso Rodríguez Pérez, secretario general del DR y presidente de la Federación Estudiantil Universitaria (Feu).
Bajo su mando reorganizan el Directorio, preservan la vigencia de la Feu, evalúan los hechos del 13 de marzo y depuran responsabilidades, definen nuevas tácticas de acción y aprueban el envío de las armas rescatadas al líder Fidel Castro Ruz para el Movimiento 26 de Julio.
Prevén incrementar las acciones en la capital y otras ciudades hasta desembocar en una huelga general apoyada por un levantamiento armado que derroque a la tiranía.
Cada tres días cambian de refugios, pero al alquilarse en La Habana, en un apartamento del edificio marcado con el número siete de la calle Humboldt, la delación de Marcos Rodríguez Alfonso, antiguo participante en la lucha, lleva al esbirro Esteban Ventura Novo hasta el paradero de los cuatro jóvenes universitarios más buscados por el régimen.
Rodean las vías de escape con perseguidoras repletas de policías con ametralladoras Thompson y los asesinan ante la vista de todos, el 20 de abril de 1957.
A Juan Pedro Carbó Serviá, de 31 años, –aunque ya graduado de Veterinaria sigue vinculado a la Universidad– lo fulminan en el pasillo cuando trata de escapar. José Machado Rodríguez (Machadito), estudiante de Ciencias Sociales, de 24 años, y Fructuoso Rodríguez Pérez se tiran por una ventana.
Este último queda inconsciente por la caída, mientras Machadito se quiebra ambos tobillos e intenta levantarse sin poder hacerlo, entonces los sicarios los aniquilan.
En tanto, el bisoño Joe Westbrook Rosales, con apenas 20 años, desciende hacia el piso inferior y las hienas le quitan la vida sin compasión, arrastran su cadáver y dejan en la escalera una estela de sangre.
Desafiantes se escuchan desde los balcones los gritos de “¡asesinos! ,¡asesinos!”, de los vecinos. El abominable crimen alcanza gran repercusión. Decenas de jóvenes de la ciudad y el campo se integran a la Revolución. El Directorio Revolucionario organiza guerrillas en el centro del país, se pone bajo las órdenes de Ernesto Guevara de la Serna y con sus hermanos de la Sierra Maestra libran contiendas decisivas como la batalla de Santa Clara.
Al transcurso del tiempo la tiranía cae, la Revolución triunfa y la masacre que estremeció de dolor al pueblo y enlutó el corazón de la familia cubana no queda impune porque se juzga al delator que condenan a muerte.
A 66 años del horripilante suceso, la heroicidad de aquellos estudiantes universitarios consecuentes con sus principios y profundas convicciones hasta su muerte se recuerda como hermosa página de la historia de Cuba y son paradigmas para la juventud y la niñez de hoy.
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