Los cantos de sirena continúan haciendo de las suyas, lo atestigua un joven que cuando niño vivió, durante 55 minutos, las amenazas de tres individuos impulsados por la Ley de Ajuste Cubano, que querían secuestrar el avión AN-24 donde viajaba.
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En la mañana del 26 de noviembre de 1981 el matrimonio de María Mercedes Nicot y Luis Manuel Reyes tuvo la dicha de recibir a su primer bebito, un niño muy gracioso y despierto: Luis Manuel Reyes Nicot. A los dos meses y medio del nacimiento padeció una meningoencefalitis bacteriana, enfermedad que le provocó pérdida de la audición.

Los médicos certificaron que el pequeño era hipoacúsico leve. Fue un duro golpe para la familia escuchar aquellas palabras y su única confianza era saber que Cuba contaba con un elevado sistema de educación, creado con el fin de asegurarles la atención integral a niños y jóvenes con necesidades educativas especiales.
Por otro lado, estaban convencidos de que Luisito iría a un centro donde se le enseñaría, como a todos, los principios de la igualdad de los seres humanos.
Atendiendo al grado de profundidad de su pérdida auditiva, utilizaría equipos amplificadores de sonido de uso individual que compensarían el defecto primario y lo ayudarían en la comunicación.
Como hipoacúsico leve Luis Manuel vivía feliz, hasta que tres ilusos quisieron desviar hacia Estados Unidos el avión en que viajaba. Sobre el suceso, apoyado en una licenciada en Defectología, comentó:
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Fue el diez de marzo de 1987. Venía con mis padres de un turno médico de La Habana en un AN-24. Tenía cinco años, mas recuerdo bien lo que pasó. Estaba sentado en las piernas de mi papá y de pronto vi a un hombre que tenía algo en las manos y amenazaba con tirarlo si no desviaban el avión para Estados Unidos, ni imaginaba que podía ser una granada.
Al rato, alrededor de 40 minutos después, comenzaron a salir del avión las personas corriendo. Mi papá estaba muy alterado, me mantenía apretado a su pecho, protegiéndome; saltamos igual que los otros y en eso a uno de ellos se le explotó una granada cerca de donde yo estaba, fue un estruendo grande y empezó a salir mucho humo.
La cabeza y los brazos me sangraban. Mis padres lloraban. Me llevaron al hospital, solo veía las luces de la ambulancia y las perseguidoras. Mi mamá, pobrecita… no me soltaba las manos, me las apretaba fuerte…
Me ingresaron en la unidad de Terapia Intensiva del hospital pediátrico William Soler, en La Habana. Fui atendido hasta que pude recuperarme –con una mirada pícara apuntó–: fíjate si todavía tengo claro aquellos momentos que no olvido cuando mi mamá me dio un platanito y la doctora dijo que no podía comérmelo, entonces yo le hacía señas de que sí, porque tenía hambre.
No he podido olvidar esos sucesos tan desagradables. Cuando dormía las imágenes me sobresaltaban. Anímicamente me puse muy mal. Pasé muchos años pensando en lo sucedido y les tenía pánico a los aviones.

La explosión de la granada me produjo fracturas en la clavícula, dejó esquirlas alojadas en mi hombro izquierdo y provocó que mi hipoacusia se convirtiera en una neurosensorial bilateral severa.
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El rumbo de mi vida no cambió. Ingresé en el centro para sordos e hipoacúsicos Venancio Rives y aprendí el lenguaje gestual, que me ha permitido comunicarme.
Al terminar el sexto grado fui para La Habana a estudiar en la Omar Torrijos, plantel para personas con limitaciones auditivas, donde aprendí a pintar y hacer pantomimas, en esa manifestación intervine en un evento internacional.
Continué mis estudios en el politécnico de informática América Lavadí. Al inicio me resultó difícil, pero no me detuve, pensaba y decía: ‘Tengo que aprobar’, y me trazaba metas.
Sabía que sería un camino espinoso, pero lo enfrentaría. Siempre estaba atento a las explicaciones de los profesores y cuando no entendía algún contenido le preguntaba a cualquier amigo. No fue fácil comunicarme con los compañeros del aula.
Cada día me costaba lograrlo, creía no poder y me esforzaba más.
!Ay!… qué alegre me sentí cuando terminé! Daba gracias a los maestros y a todos los que de alguna manera me habían ayudado. Fui profesor de la escuela especial para sordos e hipoacúsicos Venancio Rives Ortega.
Como el resto de los protagonistas de esa desventura, estuviera fuera de lugar en aquella nación que los secuestradores querían imponerme sin opción. Jamás he pensado abandonar mi Patria, y menos si es para Estados Unidos; allí los sordos como yo no encuentran trabajo, y son un estorbo en una sociedad llena de vicios y corrupciones.
La vida se les hace agobiante al ver que son rechazados por considerarlos una carga. En el Norte no se me ha perdido nada. ¿Podría disponer allá de un intérprete sin tener que pagar un céntimo? Claro que no. Por eso, a mí los yanquis que me dejen tranquilo en mi Cuba.
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Después de su incursión en la pedagogía en la Venancio Rives Ortega; Luis decidió hacerse carpintero, oficio que ejerce en la actualidad. Este domingo 26 de noviembre cumplió 42 años, de los cuales brotaron tres hijos: Orly Luis, Robin Manuel y Ernesto Vladimir, este último con su actual esposa Yudit Espinosa Espinosa, también sorda, con quien disfruta cada día esa felicidad que por un momento unos delincuentes quisieron arrebatarle.
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