El trauma invisible que la justicia no puede ignorar

Un grito ahogado en la madrugada que alerta al vecindario. Una discusión en el parque que escala hasta los golpes. El silencio tenso en un hogar donde el miedo se ha vuelto costumbre. Escenas de violencia interpersonal que, lamentablemente, no son ajenas a ninguna sociedad, incluida la cubana.

Cuando estos hechos llegan al sistema de justicia, a menudo el foco se centra en la agresión física, en el daño visible. Pero, ¿qué hay de la herida invisible, del trauma psicológico que puede marcar a una persona de por vida?

Es aquí donde la figura del sicólogo jurídico emerge como un actor crucial, un profesional cuya labor va mucho más allá de un simple peritaje: implica evaluar con rigor, brindar apoyo con empatía y facilitar una comprensión más profunda de este flagelo.

La violencia interpersonal, en sus múltiples manifestaciones
–doméstica, de género, entre conocidos o extraños–, no es solo un acto delictivo; es un evento que puede destrozar la sensación de seguridad, la autoestima y la salud mental de quienes la sufren.

En Cuba, donde el nuevo Código de las Familias (Ley 156/2022) ha reforzado el rechazo a cualquier forma de violencia en el ámbito familiar y ha promovido entornos de afecto y responsabilidad, la intervención del sicólogo jurídico adquiere una relevancia aún mayor.

Evaluar: La Ciencia al servicio de la verdad

Una de las tareas fundamentales del psicólogo jurídico es la evaluación forense. Esto puede implicar, como señalan expertos como Enrique Echeburúa y Javier Esbec en sus trabajos sobre victimización y daño psicológico, determinar las secuelas emocionales y sicológicas en la víctima. ¿Sufre de trastorno de estrés postraumático? ¿Ha desarrollado depresión o ansiedad como consecuencia de lo vivido?

Esta evaluación no es una mera formalidad, sus resultados pueden ser vitales para que el tribunal comprenda la magnitud del daño y para orientar las medidas de reparación y protección.

Pero la evaluación no se limita a la víctima. En ocasiones se requiere valorar la credibilidad del testimonio –un área compleja donde la sicología del testimonio nos alerta sobre la falibilidad de la memoria, especialmente bajo estrés– o evaluar el riesgo de reincidencia en el agresor. Se trata de aplicar instrumentos y metodologías científicas con objetividad, evitando sesgos y con un profundo respeto por los derechos de todas las partes involucradas. En el contexto cubano esto implica adaptar las herramientas a nuestra realidad sociocultural, asegurando su validez y pertinencia.

Apoyar: Tejiendo redes de sostenimiento

Quizás una de las funciones más humanas y vitales del sicólogo jurídico en casos de violencia es el acompañamiento y apoyo a las víctimas. Enfrentarse al sistema legal puede ser un proceso intimidante y revictimizante.

El sicólogo puede ofrecer contención emocional, ayudar a la persona a comprender las etapas del proceso, prepararla para testificar y, fundamentalmente, trabajar para mitigar el impacto traumático. Este apoyo, como lo subraya la Organización Mundial de la Salud en sus directrices sobre la atención a víctimas de violencia, es clave para su recuperación.

En Cuba, instituciones como los Centros Comunitarios de Salud Mental o las Casas de Orientación a la Mujer y la Familia pueden ser aliadas en esta labor, pero se necesita una mayor especialización y articulación con el sistema de justicia. El objetivo es que la víctima no se sienta sola ni desamparada sino parte activa de un proceso que busca restaurar, en la medida de lo posible, su bienestar.

Comprender: Hacia la prevención y la justicia restaurativa

El sicólogo jurídico también tiene un papel crucial en ayudar al sistema legal y a la sociedad a comprender las dinámicas subyacentes a la violencia. ¿Qué factores sicológicos, sociales o culturales contribuyen a su aparición? ¿Cómo opera el ciclo de la violencia en una relación de pareja? ¿Qué impacto tiene la exposición a la violencia en el desarrollo de niños, niñas y adolescentes? Esta comprensión es esencial no solo para dictar sentencias más justas sino para diseñar estrategias de prevención efectivas.

Autores como Per Stangeland, al analizar la prevención del delito, enfatizan la importancia de abordar las causas raíz. Para el sicólogo jurídico en Cuba, esto significa aportar conocimiento especializado en la creación de programas sicoeducativos, talleres de resolución no violenta de conflictos o protocolos de intervención temprana en situaciones de riesgo. Implica, además, explorar el potencial de enfoques como la justicia restaurativa, donde se busca que el ofensor comprenda el daño causado y asuma responsabilidad, ofreciendo una vía para la reparación que va más allá del castigo.

La labor del sicólogo jurídico en el ámbito de la violencia interpersonal en Cuba es compleja y llena de desafíos, desde la necesidad de mayor formación especializada hasta la de una integración más fluida con todos los operadores del sistema de justicia. Sin embargo, su potencial para humanizar la justicia, para proteger a los más vulnerables y para contribuir a una cultura de paz es inmenso. Es mirar más allá del moratón, para atender y sanar las heridas del alma, y así construir, entre todos, una sociedad donde el respeto y la integridad de cada persona sean verdaderamente sagrados.

(*) Máster en Sicología de la salud

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Columna Isla de la Juventud
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