
En la más reciente edición del Festival de Eurovisión, celebrada en Malmö, Suecia, la actuación de la representante israelí, Eden Golan, fue recibida con abucheos y protestas por parte del público. Algunos asistentes exhibieron banderas palestinas, lo que llevó a la intervención del personal de seguridad y a la expulsión de varios manifestantes, en cumplimiento de las normas del festival que prohíben el uso de banderas no oficiales.
Los ecos del conflicto también se hicieron presentes en otras actuaciones. El representante de Bélgica, Mustii, apareció en escena con la palabra “Peace” escrita en el brazo. Además, al inicio de la transmisión nacional del evento, la televisión pública belga VRT mostró un mensaje en pantalla que decía: “Condenamos las violaciones contra los derechos humanos y la libertad de expresión por parte de Israel”.
Consultada por los medios, Golan declaró: “Estoy aquí haciendo lo que amo. Me centro solo en la música y la energía. Son muchos los que me apoyan y es un honor representar a mi país, especialmente en estos tiempos”. Sin embargo, para muchos, la participación de Israel en el evento no es simplemente “solo música”, sino una forma de invisibilizar lo que ocurre en Gaza y, por tanto, de legitimar lo que califican como un genocidio.
Ante la creciente indignación, el mismo jueves de la semifinal, miles de personas marcharon por las calles de Malmö convocadas por la plataforma “Paren a Israel, por la paz y por una Palestina libre”, que agrupa a más de 60 organizaciones sociales. Durante la manifestación se corearon consignas contra la presencia de Israel en un evento que se presenta como símbolo de unidad e igualdad, mientras —según denunciaron— se perpetúa una limpieza étnica contra la población gazatí. Desde octubre de 2023, más de 50.000 personas han sido asesinadas en la Franja de Gaza.
Diversos sectores han cuestionado lo que consideran un “doble estándar” por parte de los organizadores de Eurovisión, que vetaron a Rusia tras la invasión de Ucrania, pero no han adoptado medidas similares con Israel. De hecho, antiguos representantes del Festival – algunos como Salvador Sobral (Portugal 2017) Gåte (Malmö 2024) y Mae Muller (Liverpool 2023) – han acusado a la organización de ser “cómplice del genocidio contra los palestinos en Gaza”. La pregunta que se hacen muchos es que, si Rusia fue vetada por su invasión, ¿por qué Israel no?
La Unión Europea de Radiodifusión (UER), organizadora del certamen, ha insistido en que Eurovisión es un evento apolítico. Sin embargo, decisiones como la admisión de determinados países, la revisión de letras de canciones y las reacciones del público demuestran que la política y el espectáculo no siempre pueden separarse con claridad. La controversia en torno a la participación israelí este año reabre el debate sobre el papel que desempeñan los eventos culturales en contextos de conflicto, y sobre qué responsabilidades asumen —o deciden no asumir— quienes los organizan.
(Tomado de Diario Red)
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