
“Los 82 expedicionarios desembarcaron tras el viaje de siete días en un yate sin condiciones desde Tuxpan, México, hasta Los Cayuelos, situados a unos dos kilómetros de playa Las Coloradas, Niquero.
“La primera casa que se toparon –después de cruzar el manglar pantanoso y salir a tierra firme– fue la de Ángel Pérez y Lala Cañada y descansaron ahí un rato; mientras siete salieron a explorar el terreno y descubrieron mi hogar natal, estaban empapados.
–‘¿Los guardias han pasado por aquí?’, preguntaron.
–‘Hace tiempo que no vienen’, contestó mi papá.
“Uno de ellos asombrado exclamó: ‘¡Mira como está el piquinini!’. Así es como también llaman a los niños en México. Se refería a mis hermanos y a mí, pues éramos 12 los hijos de Juan Herrera Salazar y Pilar Reytor Pérez. Otro aconsejó: ‘Busquen un lugar lejos de aquí porque peligran los muchachos cuando vengan los guardias se combatirá fuerte’”.
Por un momento en su apartamento de Sierra Caballos, se ilumina el rostro de Evelio Herrera Reytor y parece que vuelve a ser el campesino de unos 14 años nacido en playa Las Coloradas, como cuando, él y su familia, suministraron agua, viandas y cajetillas de cigarros a esos revolucionarios dignos dispuestos a luchar por los humildes y olvidados.
“Pues como le decía, periodista, nosotros urgente recogimos las cosas y fuimos hacia el ranchón donde se guardaban las herramientas de los colmenares que mi padre atendía. A eso de las 11:30 de la mañana, halaba del pozo el cubo de agua dulce que echaba en los recipientes, cuando se acerca a mí un hombre con uniforme verde olivo, fusil al hombro y sin barba.
–‘¿El hombre de la casa está?’, preguntó.
–Sí, le respondí.
“Mi mamá al ver al grupo, algunos uniformados, otros vestidos de civil con los rifles al hombro y las cantimploras en las manos, avisó a mi papá y salió enseguida.
“El más alto de la tropa se presentó y oí clarito cuando le dijo: –‘Soy Fidel Castro Ruz, vamos para un lugar oculto que tenemos que conversar’. Detrás del ranchón se sentaron debajo de un árbol de Varía (madera preciosa) y yo estaba cerquita porque los combatientes me dijeron que ellos mismos iban a llenarse sus cantimploras. Entonces escuché todito lo que se habló.
“Fidel quiso saber si teníamos un radio y si dijeron algo acerca del levantamiento armado en Santiago de Cuba; mi viejo le dijo que resultó fallido y hubo muchos muertos.
“Después de las tres y pico de la tarde de aquel domingo dos de diciembre de 1956, casi al oscurecer, por indicaciones de mi padre partieron rumbo al Este en busca de la Sierra Maestra; en mayo del año que viene cumplo 81 años y jamás olvidaré ese importante episodio de mi vida. Es bueno recordar”.
Otros artículos del autor:
- None Found