El manantial

Cerca de la Masía, hacia el hondón del Abra, en el más allá del fondo del patio, está el manantial. Desde la raíz de la loma borbotea, manso, el manantial. José Julián, se asoma al agua, y ve su imagen, y no se enamora de sí mismo, como Narciso.

Redacción digital

Mira todo el paisaje que cae sobre el agua; las azules nubes, los gajos que no se zafan del árbol clavado en la montaña, los helechos bien peinados, el pájaro que pasa, sus cantos que vibran como ondas invisibles sobre el agua.

Mira sobre el agua y se mira. Sócrates se asoma y le susurra: Gnothi Sautón: Conócete a ti mismo. Y José Julián, ya sabe que viene de sí mismo y que es un caballo sin silla. Con un caramillo, Sócrates, deja una música de extraña flauta y la vieja frase de un templo: Medén Agan: Nada en demasía. Y José, desde el fondo del agua, levanta con los ojos, una gran perla rosada.

Lao Tsé, otra vez sobre el búfalo, se asoma al manantial del Abra, y no dice nada, pero José Julián, comprende el Tao, hay que respetar la vida porque toda vida importa, hasta el gusano importa: es el mejor obrero de la muerte. Es el agua, y el tao y el vacío.

El poeta asmático, José Lezama Lima, suelta el humo del tabaco sobre el manantial, y arroja sobre el agua una hoja de Paradiso: un guagüero almidonado, hipante y con los labios espumantes dice:

Estoy como lo soñó Martí, la poesía sabrosa, sacada de la guitarra con azúcar, con el lazo azul que le puso mi chiquitica. Clara, clarita clara como el agua, siempre viene bien.

José Julián, por primera vez, sonríe, como en la foto en que carga a su hijo José Francisco. Se mira en el manantial José Julián, y no quiere una cerveza Cristal, ni una ginebra, solo un trago de Coca de Mariani para espabilarse del cansancio.

Entonces, se asoma, por detrás del hombro de José, otro poeta con espejuelos oscuros, y bastón, y un pájaro verde y solo, y al viento dice: Un pájaro verde y solo / desde el fondo del patio confunde su canto con el ruido de las hojas…

Y José Martí, aferrándose al alma de una noche, en el monte de Cuba, nos responde:

…oigo la música de la selva, compuesta y suave, como de finísimos violines; la música ondea, se enlaza y desata, abre el ala y se posa, titila y se eleva, siempre sutil y mínima –es la mirada del son fluido:  ¿qué alas rozan las hojas? ¿qué violín diminuto, y oleadas de violines, sacan son, y alma, a las hojas? ¿qué danza de almas de hojas?

Ya se baña en el río Jojó, pero todavía no es la noche, y José Julián busca la luz sobre el agua, no quiere brillar, sino ver mejor la zarza y la flor. No es su imagen la que mira en el agua, mira el agua, el sustento de la muerte, el espacio amniótico que lo invita a regresar a la muerte. Siente ya, las ganas de abalanzarse delante de la caballería, y darles el pecho a las bayonetas españolas. En el agua hay una hamaca, un jarro hervido en dulce con hojas de higo que le trae Valentín. Y la hamaca no es para los hombres que invitan a los hombres a morir por el bien de los hombres. Mira el agua, José Julián, y está muy turbia el agua del contramaestre…

Al fin, se aparta del manantial, a sus pies nace una flor silvestre. Tiene sed, José Julián, sed que guarda para el día de la cruz. Cerca está la Masía, y regresa a la voz de Trinidad Valdés. A su paso, se cierran las hojas del camino, las hojas que guardan el silencio y la memoria de las aguas, del viejo manantial del Abra.

(*) Colaborador

Otros artículos del autor:

    None Found

Isla de la Juventud Opinión
Colaboradores:

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *