Imaginemos una disputa por los lindes entre vecinos en un solar habanero, el constante goteo de un aire acondicionado que perturba la paz en Camagüey, o el doloroso desacuerdo sobre el cuidado de los hijos tras un divorcio en Santiago de Cuba. Situaciones cotidianas que, libradas a su suerte o llevadas por la senda del litigio formal, pueden envenenar relaciones y consumir energías durante años. Pero, ¿y si existiera una vía donde las propias partes, guiadas por un tercero imparcial, construyeran su propia solución? Ese camino existe, y se llama mediación, una herramienta poderosa de la Resolución Alternativa de Conflictos (RAC) que, desde la Sicología Jurídica, vemos como una oportunidad invaluable para sanar y fortalecer el tejido social cubano.
La justicia formal, con sus códigos y procedimientos, es indispensable. Sin embargo, no siempre es el espacio más idóneo para abordar la complejidad de las relaciones humanas que subyacen a muchos conflictos.
Tal como la describe el experto Christopher W. Moore en The Mediation Process, la mediación ofrece un espacio de diálogo confidencial y voluntario donde no se busca un ganador y un perdedor, sino un acuerdo mutuamente satisfactorio.
En Cuba, el interés por estas vías es creciente. La Ley No. 141 de 2021, el “Código de Procesos”, la reconoce como una forma de solución de disputas, y ya antes, normativas como la Instrucción 247 de 2014 del Consejo de Gobierno del Tribunal Supremo Popular, habían abierto puertas a su aplicación, especialmente en asuntos familiares y civiles.
Desde la Sicología Jurídica, el valor de la mediación es profundo. No se trata solo de descongestionar tribunales sino de transformar la cultura del conflicto. Entendemos que detrás de cada disputa hay emociones, percepciones y necesidades no expresadas.
Un mediador capacitado, con herramientas sicológicas como la escucha activa –un eco de los principios de empatía que Carl Rogers nos legó–, la reformulación y la capacidad de identificar los intereses reales detrás de las posiciones enconadas, puede ayudar a las partes a trascender el enfrentamiento.
Principios de negociación colaborativa, como los popularizados por Roger Fisher y William Ury en su obra Getting to Yes, son esenciales aquí: separar a las personas del problema, centrarse en los intereses y no en las posiciones, y generar opciones de beneficio mutuo.
Aunque no dispongamos aún de estadísticas nacionales exhaustivas sobre el impacto de programas piloto de mediación comunitaria en Cuba, la experiencia internacional y los estudios en contextos latinoamericanos son elocuentes.
Investigaciones como las recogidas en el Manual de Mediación: Herramientas para la práctica en América Latina (Fundación Liborio Mejía, 2010), que compila experiencias diversas, sugieren que donde se implementa con rigor, la mediación no solo resuelve casos, sino que enseña habilidades de comunicación y pacificación que perduran en la comunidad.
En nuestro país, donde la cohesión vecinal puede ser una fortaleza, ¿no sería la mediación una forma de potenciar esa capacidad innata de “resolver entre nosotros”, pero con herramientas que aseguren equidad y sostenibilidad?
Claro que existen desafíos. La Dra. Gladys Acosta Vargas en su análisis sobre el acceso a la justicia para las mujeres en América Latina ha señalado cómo factores culturales y la falta de conocimiento pueden ser barreras para el uso de mecanismos alternativos.
De ahí que en nuestro contexto esto podría traducirse en una preferencia cultural por la confrontación directa o, por el contrario, por evitar el conflicto a toda costa en lugar de abordarlo constructivamente.
También es crucial una inversión continua en la formación de mediadores con sólidos conocimientos tanto legales como sicológicos, y una mayor difusión pública sobre qué es la mediación y cómo puede beneficiar al ciudadano común. No se trata de un “arreglo” superficial sino de un proceso estructurado con bases éticas y metodológicas firmes.
Más allá de la mediación la Sicología Jurídica nos invita a explorar el universo de la justicia restaurativa. Este enfoque, que busca reparar el daño causado por un delito o conflicto involucrando a la víctima, al ofensor y a la comunidad, tiene un potencial enorme, especialmente con jóvenes.
Si bien las experiencias en Cuba son incipientes, la idea de restaurar lazos y responsabilidades en lugar de centrarse únicamente en la sanción resuena con un anhelo profundo de justicia social.
La apuesta por la mediación y otras formas de RAC en Cuba es, en esencia, una apuesta por una justicia más humana y participativa. Es reconocer que, en muchos casos, la mejor solución no la impone un juez, sino que la construyen las propias personas. Es un cambio de paradigma: del conflicto como batalla, al conflicto como oportunidad de encuentro y aprendizaje. Es, en definitiva, el arte de encontrarnos, incluso, en medio del desacuerdo para tejer juntos un futuro más pacífico y comprensivo.
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