El arquitecto de mis sueños

Foto: Yoandris Delgado Matos

No usa capa, ni espada, ni escudo. Su traje de batalla son unas botas gastadas, unas manos callosas llenas de grasa y una mirada cansada que se ilumina al vernos llegar. No hace falta que levante edificios o detenga trenes en marcha, su grandeza está en los detalles pequeños, esos que solo entendemos cuando crecemos.

Mi padre se fue de casa cuando yo era apenas una niña, pero nunca se fue de mi vida. Y ahí, en esa delgada línea entre la ausencia física y la compañía emocional, construyó su propia manera de ser papá.

Podría contar su historia a través de las veces que sí estuvo, porque esas fueron las que marcaron todo:

“Aquí estoy para ayudarte con los estudios universitarios”.

–Apostó por mí. Y el día que recibí el título, estaba en primera fila, con los ojos brillantes como si él mismo hubiera aprobado todas las materias.

“Llámame cuando necesites ayuda con la mudanza”.

–Nueve veces cambié de hogar, y tantas veces apareció con su camioneta vieja, dispuesto a cargar cajas, armar muebles o simplemente hacerme reír cuando el estrés me ganaba.

“No te preocupes, yo pago lo que haga falta para los niños”

–Cuando mis hijos nacieron, él no solo llegó con regalos, sino con esa tranquilidad de hombre que sabe que su rol ya no es solo ser padre, sino también redimirse siendo abuelo.

“Cuéntame, ¿cómo te fue en ese proyecto?”

–Para él, mis éxitos nunca han sido pequeños. Los celebra como si fueran suyos, porque en cierto modo, lo son.

Esta crónica no es solo para mi papá. Es sobre el tuyo, el que te enseñó a andar en bici o a afeitarse, el que riñó fuerte, pero abrazó más fuerte aún. Es sobre esos hombres que construyeron su legado no con discursos, sino con presencia.

Porque al final, los mejores padres no son los que tienen todas las respuestas, sino los que estuvieron ahí haciendo preguntas, equivocándose, intentándolo una y otra vez. Y eso, querido papá, es lo más heroico que conozco.

¿Acaso el amor paternal necesita un código postal? Mi papá me enseñó que no. Que se puede fallar en la convivencia y ganar en constancia. Que la familia no siempre es quien te arrulla, sino quien desde donde pueda no te deja caer.

La paternidad no es un título que se pierde, sino un compromiso que se reinventa. Porque al final, ¿qué es un padre?  No es el hombre que nunca se equivoca, sino el que no deja de intentar hacerlo bien.

Con el eco de sus consejos me quedo. De ti heredé lo intenso que sueles ser con lo que te apasiona. Fuerte con el que se lo merece, un dulce para los sinceros.

Con sus manos calladas y llenas de calor ha construido los cimientos de mi vida y sus techos más altos, esos que me enseñaron a volar. Su mirada paciente y sabia, de alguna manera encuentra el modo de trazar planos de amor donde otros solo ven desafíos.

Eres mi héroe, el arquitecto de mis sueños. Mi refugio, mi inspiración y, sobre todo, el artífice silencioso de lo que soy.

Gracias, papi, por ser el pilar que nunca se cansa de sostener mis ilusiones. ¡Feliz día del padre!

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Isla de la Juventud
Yaimara Quijano Cabot
Yaimara Quijano Cabot

Licenciada enEstudios Sociales en la universidad Jesús Montané Oropesa, Isla de la Juventud

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