El Apóstol del Moncada

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El fiscal pregunta a uno de los acusados; quiere saber el nombre del autor intelectual del asalto al cuartel Moncada. Desde un sitio de la sala la voz del joven abogado Fidel Castro, salta e interrumpe el interrogatorio:

“Nadie debe preocuparse de que lo acusen de ser el autor intelectual del asalto porque el único autor es José Martí y Eduardo Chibás con su prédica”… Dicen que una rara emoción cayó sobre todos al escucharse el nombre del Apóstol.

Era ya 1953, año del centenario del Apóstol de Cuba; en el mes de mayo se había alzado un busto, obra de Jilma Madera y cuya idea de instalación en el pico Turquino, había sido de la maestra pinareña Emérita Segredo. Ese año se hizo un congreso sobre el pensamiento de José Martí, y María Mantilla vino a Cuba y entregó un pedazo de los hierros que arrastró el joven Martí en las canteras de San Lázaro.

Los jóvenes que asaltaron los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes rindieron el mejor homenaje al Apóstol: no dejarlo morir en el año de su centenario. Ello exigía el mayor acto de sacrificio: dar la vida por los otros.

Sin embargo, una pregunta nos asalta desde el Martí que sufre por el dolor ajeno: ¿Cómo Martí puede ser el autor intelectual del asalto al cuartel Moncada si había escrito: “espanta la misión de echar los hombres contra los hombres”?

No podemos asumir el hecho histórico mismo y a Martí, sin dejar de responder esta inquietante pregunta. Espanta la misión, pero es la guerra necesaria, guerra dolorosa donde mueren los hijos que lloran madres cubanas o españolas.

El uso de las armas, fue la respuesta al golpe de Estado que dio Fulgencio Batista, el diez de marzo de 1952, bajo la mirada cómplice del gobierno de Estados Unidos.

Los disparos de aquel domingo de la Santa Ana, fueron para restablecer la justicia mutilada, y saltaron por encima de las calles y la fiesta de Santiago; muy cerca del humo, del heroísmo o el crimen, estaba en Santa Ifigenia la tumba de Martí.

Otro disparo ya se había escuchado en una emisora de radio habanera, el cinco de agosto de 1951; todavía rebotaba el grito de Chibás, y un aldabón sobre la puerta de la historia: “Pueblo de Cuba, levántate y anda… Este es mi último aldabonazo”.

La autoría de Martí como dador de pensamiento y una eticidad plena de futuridad, predica el “genio de la moderación” y esa es una de sus mayores enseñanzas. Hasta en la guerra necesaria niega todo extremismo: Para Martí hay que resolver los conflictos por la Patria dejando la solución con la menor cantidad de residuos posibles, sin las toxinas difíciles del odio. Armar la unidad con el “todos” es un esfuerzo de fraternidad que no olvida la felicidad que late en el “bien de todos”

Ya sabemos que la revolución no termina, que puede ser defendida a pesar de todos los obstáculos o autodestruida, pero hay que traer en el corazón las doctrinas del Maestro, más allá de los viejos muros del Moncada, y tener a manos la escoba de Chibás para barrer la corrupción y alzar el valor de la vergüenza.

Es que Martí no solo es el autor intelectual del asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, sino inspirador libertario que nos sacude el alma para ir hasta la raíz de la justicia: “Para mí, la Patria no será nunca triunfo, sino agonía y deber”.

Por eso, “Siempre es 26”, es compartir el dolor y la alegría de la gente; comprender que en Cuba nadie sigue a quien no es ejemplo y que no basta con firmar un código de ética sino vivir al servicio de los demás.

Cuando decimos, “Siempre es 26”, eso es más que una consigna para anunciar la entrada a una ciudad o el estribillo repetido; es vivir en estado permanente de revolución en el pensamiento, la ética y el amor martiano.

(*) Colaborador

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