Todo movimiento contestatario, idea, opinión disidente, alternativas o herejías que en Cuba, sean “tocados” por los intereses de la política hegemónica norteamericana, se contamina. Si detrás de las voces está el aplauso de Mike Pompeo, por ejemplo, ya eso trae el aliento de olores que ruedan por los tragantes.
Pero, ¿cómo aceptar entre nosotros los matices que caben entre los extremos excluyentes? ¿Puede instalarse la desconfianza desmedida ante la diferencia de la mirada del otro? Si hay sospecha… ¿hay confianza?
Creo que uno de los mayores desafíos de la Revolución es distinguir a la contrarrevolución financiada, la convicción no socialista, los revolucionarios inconformes y los propios desalientos de estados de ánimos que pierden el derrotero de utopías y sueños de justicia social; es que tales ideas y matices se encuentran hoy en el mismo cauce de redes digitales o en la espera de una larga cola.
Por eso, es urgente y necesario sostener un diálogo permanente y abierto con diversos sectores de la juventud cubana, sin formalismos ni ideas preconcebidas. Los muchachos de hoy son hijos de una herencia y otra realidad; tienen su propia mirada sobre múltiples asuntos, son continuidad, pero también discontinuidad. De esa dialéctica rica y contradictoria nacen nuevas ideas y propuestas. Un diálogo inclusivo genera espacios de consensos para defender los necesarios equilibrios entre lo individual y lo colectivo.
Dialogar no solo es escuchar sino estar abierto a la mirada del otro, respetar la diferencia, reconstruir con la ayuda de los otros el camino; no mirar por encima del hombro o con exagerada sospecha. Se trata de un acto que exige dosis de amor, sin caer en la ingenuidad de olvidarnos del guiño proverbial de Sancho cuando aseguraba que detrás de la cruz se puede esconder el diablo.
Por otra parte, dialogar es asegurar la transparencia para enfrentar la mentira o la violación de principios éticos. Diálogo que nos implique en un ejercicio de participación para que los poderes conferidos en función de un bien público no se corrompan en aguas turbias del oportunismo.
Un diálogo en fin, con humildad y firmeza, sin tirarle la puerta a nadie; ser inclusivos también con quienes se equivocan, ellos pueden terminar por aferrarse al bien de todos y no ser ya servidores de espurios intereses.
Hoy, con las nuevas tecnologías, la verdad de la Revolución debe volar más rápido, sin que implique caer en la lógica de dar solo respuestas, sino de adelantarse a la realidad, realizar una crítica radical, debatir y dejar en todos la inquietud de formular nuevas preguntas.
El discurso y la narrativa de las ideas que defendemos no solo deben sostenerse con el pensamiento, sino en envolturas estéticas donde la justicia y la belleza se tomen de las manos: quiero decir, la política y la cultura.
Tampoco la libertad o la democracia existen en abstracto, son el resultado de una lucha diaria por defender la dignidad de las personas, asegurando, sobre todo, la libertad espiritual para que la política sea un camino de verdadera liberación humana.
Finalmente, una revolución es siempre un tiempo de urgente reflexión. Algunos quieren quemar todo para quedarse solo con las cenizas, sin alternativas, otros confían en caminos trillados para regresar a ningún lugar; para quién sabe cuántos, solo importa alzarse contra una realidad y realizar sus sueños sin saber de los cometas que andan tragando mundos como anunciaba Martí en memorable ensayo. Solo no es posible el diálogo para perder la soberanía; esas concesiones conducen a errores de los cuales no es posible recuperarse.
Sin embargo, no faltan los que quieren reinventar el socialismo, levantar un país mejor, con sus llagas y virtudes, sus lastimaduras y errores, su ejemplo y ganas de vivir, sin pedir permiso a los imperios.
(*) Colaborador y profesor de la universidad Jesús Montané Oropesa
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