Un fuerte dolor en el vientre me hizo salir con urgencia del trabajo y acudir al cuerpo de guardia de Ginecología del hospital general docente Héroes del Baire. Tras calmar un poco el malestar y esperar mi turno sin hacer alarmas, pude apreciar uno de los valores a veces ignorados, para mí el más importante: la calidad humana de nuestros galenos.
Quedarme tranquila y “portarme bien” en asuntos de médico fue tal vez de lo primero que me educaron en casa, y yo aprendí casi en el acto, quizá por el miedo innato a las inyecciones.
Como buena paciente “paciente” los observé con detalle; escuchar entre ellos decir “profe Tomi” o “profe China” no resultaba nuevo. Mujer al fin, y madre, era como mi enésima visita a la consulta.
Entre el ir y venir de urgencias, en un día en el que apenas hubo partos, subí a la camilla donde reconocieron y determinaron que debían retirar del interior del vientre aquello que me aquejaba, mediante el proceso de legrado –intervención sencilla que suele realizarse tras un aborto espontáneo, y empleada también en otros casos–.
Debido a la reciente ingestión de alimentos me explicaron que debían transcurrir algunas horas para poder aplicar la anestesia y no ocurrieran complicaciones durante la intervención. Por supuesto, esperé, en tanto iba yo por los análisis clínicos correspondientes.
Casos remitidos de otras consultas, personas inquietas por sus problemas personales, apurados que no comprenden que en una sala de hospital siempre hay una urgencia más urgente que la suya, y una carente empatía para con un personal que realiza turnos de 24 horas, ejerciendo una labor donde no cabe margen a las fallas, incluso con el déficit de implementos existente, era de alguna manera el escenario en el cual me encontraba con mi acompañante.
Agotados, hambrientos y sudados regresaron tres horas después del diagnóstico y de realizar una intervención quirúrgica en un salón que reconocen no se encontraba en óptimas condiciones, pero la premisa es la misma en cualquier circunstancia: salvar vidas. Hay, ante las carencias materiales existentes debido al asedio y bloqueo para nada imaginario, una fuerza mayor de cumplir con su deber y hacerlo lo mejor posible.
Llegaron las nueve de la noche. Ellos no muy descansados, pero sí algo recompuestos, y yo lista para ser intervenida. Los nervios haciendo de las suyas y el dolor en la muñeca derecha –porque el artefacto para conducir la anestesia a mi cuerpo no era el ideal–; los guantes se le estropearon en los dedos a la doctora, los equipos ya obsoletos… pero yo no temía, siempre he confiado en la preparación y el talento de nuestros médicos, que para nada son magos.
El diálogo de fácil entendimiento, explicaciones coherentes. La estancia que se me hacía eterna, resulta ser su día a día, lleno de muros, baches, mas ellos continúan ahí, con esa tranquilidad que trasmiten y hacen que, aun así, cerremos confiados los ojos y dejemos nuestra salud en sus manos.
Ahí está la paradoja, una Cuba que vive con cada vez menos, pero con probabilidades superiores a otras naciones, entre ellas el nacimiento de un bebé o la supervivencia de la madre al parto. Un país pobre, con una economía en una situación compleja, pero con un asombroso desempeño en la atención médica, del cual muy bien podrían aprender otros, pues aquí el Medicare es para todos; las familias cubanas no quedan en la ruina a causa de enfermedades o lesiones catastróficas.
Tenemos carencias –sí–, no abunda la tecnología avanzada porque el bloqueo económico, comercial y financiero de Estados Unidos impide el acceso a equipos e insumos médicos que permitan una mayor precisión en los diagnósticos, tratamientos y celeridad en la recuperación de los pacientes con intervenciones menos invasivas. No obstante, son excelentes los resultados en un sistema de Salud gratuito y capaz de asegurar que nadie quede desatendido.
Brindemos entonces, con nuestro respeto, el merecido reconocimiento a ese grupo de profesionales que si de algo no carece es de calidad humana, solidaridad, humanismo y empatía al luchar por la vida junto a nosotros. Esa es nuestra mayor fortaleza.
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? Lo que no carecemos ? ? Y que me dices de la cantidad de especialistas que emigran de Cuba y de las misiones en Venezuela ? No es cerrar los ojos.
Creemos que el buen trato que recibió la periodista u otros pacientes en el hospital es meritorio destacar, máxime cuando existen muchas limitaciones. El tema que propone amerita otras miradas. Saludos