Crónicas desde el bohío

Otra vez tengo ante mis ojos un libro de la periodista Yuliet Calaña: Crónicas desde el bohío. Y otra vez, la risa con la que los dioses amasaron el barro del hombre y la mujer; por aquí viven la ironía, el desparpajo, y la fiesta limpiecita de la verdad.

Portada del libro Crónicas desde el Bohío, de Yuliet Calaña

Estas crónicas se fueron armando con el hilo de los días y con la magia de la conexión a redes y seguidores. Fueron ellos quienes ayudaron a escoger los personajes que entrarían al bohío de estas páginas. Y para que nadie se pusiera celoso, ediciones El Abra y Áncoras harían el trabajo de edición y otros menesteres.

La entrada del libro es una fotografía del artista Jaime Prendes, de la serie Patios. La foto nos anuncia la naturaleza de cubanía en su estado más transparente: las botas en el portal, el sillón o balance, la cocina donde nos imaginamos al café aferrándose a las cosas, la yagua y la madera, tan juntas de las hojas. ¡Así es la literatura, algo que ladra sin micrófonos ni implantes!

Por la magia del WhatsApp, Iris Cano, trata de romper los códigos digitales de emojis y berenjenas para hacer la edición. Y Frank Delgado, nos adelanta El Príligo, mezcla de prólogo y epílogo, alfa y omega. Y creo es buen nombre, herencia de Zumbado, porque este libro nos recuerda sin tapujos, lo que dijo un filósofo muy sincero: “El mismo tubo que se comunica con la boca de la que nos sentimos orgullosos, se comunica con el ano del que nos avergonzamos”.

Yuliet, pone en la sala del bohío, el dispositivo del tubo conector, para que la verdad no busque escondite entre los dientes o la lengua sin huesos del viejo Esopo. Es entonces cuando la verdad estalla como una carcajada en las manos de Yuliet y rebota entre los muros de seguidores, ante las cejas arqueadas de los más puros.

Desde la crónica de Vitamina C, hasta Diciembre sin ti, todo es paseo festivo, un poco de relajo, pero también reflexión aguda y dosis de ternura, porque la poesía no es ajena al buen humor, ni a la humana capacidad de distinguir entre el pan y el vino.

Los temas son ricos y diversos; no falta el que en el camión de pasajeros, no soporta la tentación y deja caer los ojos donde se esconde, la ubre blanca, sin saber que en los ajustadores de una mujer estaba la vitamina  C que  con el bache, fue a parar a la garganta del atrevido mirón. En Candela pal sindicato, entre el buzón y los mensajitos llenos de corazones se oculta un mensaje demoledor: Di la verdad y échate a correr. Aunque a veces el que corre es el mismísimo director porque la mujer no entiende una oración inconclusa que la lleva a pensar en el corrido de las faldas.

Por ahí viene la abuela Graciela, pasa con su afán de caramelos, o   sus papelitos en el congelador, o en la miel, según sea el pedido y la esperanza. Y cuando llega el vendedor, le compra la nieta veinte caramelos, veinte motivos para estar cerca de aquella viejita que cree que “el mar lo cura todo”.

Este no es un libro de sexo, aunque no faltan el erotismo y doble sentido y las palabras inventadas con gracia, porque se puede estar en medio de la cuadra, a medio vestir, contemplando o “sintemplando” y ver que las ventanas se llenan de ojos y que el lugar más oscuro el mundo, de pronto, tiene más luces que París.

Como si regresara la malicia del Guayabero, en la página de Bancarización, se habla de meterla y sacarla en público estimulado por la multitud; y el dolor de sacarla cuando el cajero te notifica que todavía no tienes saldo, o no te han puesto el dinero del salario.

Y todo no es risa ni choteo, sino que a veces nos deja un silencio largo como una tarde de domingo. Es que, El Hogar de los sin hogar, nos deja un nudito en la garganta y unas ganas de extender los brazos a los desvalidos de ternuras; mientras que, Diciembre sin ti, nos agujerea las manos cuando sabemos que, “… esta Navidad faltará un plato en nuestra mesa, como en miles de los hogares cubanos”.

Crónicas desde el bohío, me recuerda su otro libro, Una guagua es un país. En estas crónicas se alza una voz que no acepta que los poderes patriarcales pongan un pie sobre el cuello de una mujer. Un bohío rural, o lo otro que imaginas, es también un país que ama, ríe y anda por el mundo con el más volao de los abrazos, el social bien limpio, el hermano con el ojo roto y la familia cubana, con su cara de triunfo.

(*) Colaborador

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