Contaminación acústica, batalla que debemos librar

Cuánto extraño aquellas melodías de la década del ’70 que escuchaba en las noches de relajamiento en la etapa estudiantil. Era una música suave, tierna y pasional que se infiltraba, atraía e inspiraba al menos intuitivo o irreflexivo.

Fotomontaje: Redacción Digital

 

Pero no es su ausencia la que me anima a escribir estas líneas, sino lo que la ha remplazado, cuánta diferencia a los tiempos actuales en los que somos invadidos, casi a diario, por acciones inconscientes e irresponsables de autores que convierten en víctimas a cientos de vecinos con la música alta o palabras obscenas que tanto empañan nuestra idiosincrasia, llegando a convertirse en parte del panorama cotidiano.

Claro está, esto no es una batalla que deben librar solo los medios de comunicación masiva y los organismos competentes, es importante el trabajo en el barrio para crear conciencia acerca del fenómeno, develar sus causas y aprender a reconocerlo para poder edificar una sociedad cada vez más tranquila.

La contaminación acústica es un problema medioambiental que en ocasiones suele pasarse por alto, sin embargo, es de los más persistentes y peligrosos porque afecta la calidad de vida impactando de manera significativa en la salud, provocando estrés, dolor de cabeza, irritabilidad, así como daños en el sistema nervioso central.

Además, se dice que afecta también la frecuencia cardíaca e hipertensión arterial, entre otros perjuicios en los que incluiría afectaciones auditivas en los adolescentes debido a la exposición al ruido. Quizá muchos ignoren que la contaminación acústica está regulada en la Ley 81 de 1997 de medio ambiente, al establecer que “contraviene el orden público quien perturbe la tranquilidad de los vecinos, especialmente en horas de la noche, mediante el uso abusivo de aparatos eléctricos o con otros ruidos molestos e innecesarios”.

Por tanto, es un problema del cual todos debemos tener conciencia y no ceder terreno ante manifestaciones de egoísmo e insensibilidad, tanto por la deformación de la educación familiar como por políticas intencionadas para sembrar antivalores.

Está el llamado a la preocupación común, a que desaprobemos esas actitudes que se han ido acrecentando con la pérdida de algunos valores.

Otros artículos del autor:

    None Found

Isla de la Juventud
Colaboradores:

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *