Compromiso con la vida

“¡Uy, qué alivio, al fin un respiro!”, comentaban algunos cuando gracias al control de la pandemia se determinó eliminar –este 31 de mayo– el uso obligatorio del nasobuco y adecuar el protocolo sanitario. Otros, inseguros de despojar el rostro de la prenda que sirvió como barrera protectora, prefieren mantenerla como su mejor aliada.

Lo cierto es que aunque la vida va tomando su ritmo de antaño la amenaza no ha desaparecido. Sigue ahí, al acecho, en el pasamanos de una escalera,en sitios con aglomeraciones, en superficies de uso colectivo, en los medios de transporte público…

El alcohol o el hipoclorito de sodio harán lo suyo, también el lavado frecuente de manos, la higiene y demás acciones que condicionan nuestra cotidianidad por su probada eficacia contra la covid 19 y otras múltiples enfermedades, pero la mayor protección radica ahora en la responsabilidad individual.

Las calles lucen diferentes, resaltan los diversos tonos de creyones labiales, se distinguen desde lejos las sonrisas, el diagnóstico de casos es discreto y Cuba es la nación con más dosis anticovid19 de refuerzo administradas en su población a nivel mundial –el 90 por ciento cuenta con el esquema completo de vacunación–, sin embargo,como asegurara el Presidente de la República Miguel Díaz-Canel Bermúdez: “Esto lo vamos a defender con conciencia primero”.

Más allá del reto de aprender a convivir con el virus, de optar por el empleo o no de la mascarilla, los expertos hablan de las secuelas y la nueva etapa hacia la “gripalización” de la covid, es decir, manejarla como una enfermedad respiratoria.

Dolores respeta la decisión de cada quien, pero “es mejor prevenir a tener que lamentar. El naso es algo así como mi mejor amigo; soy vulnerable y la autoprotección nunca está de más. Aunque salgo poco de casa no dejo de estar alerta”.

“Yo asisto a consultas médicas con frecuencia y mi mamá está viejita, por eso llevaré este bello atuendo –refiriéndose al cubreboca– en las multitudes y cada vez que deba ir al hospital”, refiere Iris.

Aida admite que “estaba loca porque lo quitaran, pero después de él, adiós asma. Al comienzo me faltaba el aire, sentía que me ahogaba con el trapo ese en la cara, hasta que poco a poco le cogí la vuelta”.

Para Kevin resultaba incómodo, vivía con la cara sudada debido al calor y era difícil expresarse en el aula o intercambiar con sus amiguitos sin gritar, pues no se entendía casi nada.

Marianita (de dos años) y Yesmer (de tres), según coinciden sus madres Aniesly y Beatriz, respectivamente, “aún dan tremendos bateos porque quieren tener el naso puesto hasta dentro de la casa; la fuerza de la costumbre. Incluso, de cierta manera es bueno que sea así porque lo más probable es que, como va la cosa, dependamos nuevamente de él”.

Mientras había que usarlo de manera obligatoria muchos (en su mayoría los osados jóvenes) lo llevaban en modo babero o se escondían de las autoridades. Ahora, cuando queda a conciencia individual, corresponde –a partir de las lecciones dejadas por el coronavirus– elevar esa cuota de responsabilidad, no confiarnos ni bajar la guardia.

La inmunización alcanzada en nuestra población es una gran fortaleza que nos distingue de la mayoría de los países.

Honremos la dedicación y el desvelo de la ciencia cubana, del personal de Salud y de aquellos que hicieron tanto con tan poco, al poner el mayor empeño en lograr que hoy podamos elegir entre desvestir el rostro o no. El valor de esta batalla aún sin concluir está en asumir, juntos, que nos queda el compromiso con la vida.

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