Cobrarle caro al derroche

Con una compleja situación electroenergética similar a la del resto del país, donde permanecen las interrupciones al servicio eléctrico por carencias de combustible y averías, el territorio no escapa de la tensión a pesar de la privilegiada ausencia de apagones.

 

Menos aún es la inquietud aquí cuando se deja atrás un febrero con sobregiros en el consumo eléctrico y el encarecido combustible para mantener la estabilidad de la generación local, cuyo reforzamiento nos pone en mejores condiciones, pero que entre todos estamos convocados a sostener y proteger.

Hoy la Isla de la Juventud no logra adecuar su consumo a los planes previstos por razones en las que los pineros no reparan y urge hacerlo desde hogares y colectivos.

Imprescindible resulta el ahorro energético, sobre todo en estos momentos difíciles en que sabemos de las reservas cuando mayor es la demanda por recargarse en hogares las baterías de motos y vehículos eléctricos como alternativa para la movilidad.

Febrero ha sido atípico, además, no solo por ser más caluroso que el precedente, sino también por el déficit del gas licuado, lo cual obligó al uso de equipos eléctricos para la cocción de los alimentos.

Más necesaria que en otros tiempos son la cultura del ahorro y el buen aprovechamiento de recursos, no solo combustibles.

Los equipos electrodomésticos pueden alargar su vida útil y demandar menos energía si el refrigerador, por ejemplo, lo mantienen cerrado, se toma de una sola vez y con rapidez lo necesario, además de descongelarlo con regularidad y sin colocar en su interior alimentos calientes.

Por doquier se denota resquebrajamiento de las medidas establecidas para el control del gasto de energía en los sectores estatal, privado y residencial, con el olvido de algunos.

En el último segmento, a pesar de sus potencialidades y protección, aún no se da la respuesta esperada acorde a las exigencias de serias restricciones por el bloqueo económico del gobierno estadounidense y los altos precios del carburante.

¿Nos hemos detenido a valorar las consecuencias de consumir más combustible del asignado para garantizar el servicio? ¿Pensamos en los mayores daños ocasionados a la economía cuando se restringen actividades productivas y sociales para asumir los sobregiros causados a veces por derroches de quienes ni trabajan?

Cuba importa alrededor del 50 por ciento del combustible utilizado para la electricidad, como el empleado en la Isla. Se trata de un proceso más costoso, subsidiado por el presupuesto del Estado que exige racionalidad y transformar la matriz hacia mayor participación de las energías renovables y combustibles nacionales.

Miremos alrededor y saquemos conclusiones todos, empezando por casa como hicimos más a fondo desde el pasado verano luego de instalar la climatización y un accionar intencionado en que logramos reducir de forma gradual la factura en la medida en que descubríamos posibilidades, cual útil “laboratorio” hogareño, solo ajustándolos a la mayor eficiencia de cada equipo.

No es capricho ni mera repetición. La electricidad se genera según la demandan la población y la economía, pues aún no hay fuente de acumulación y lo hecho para no malgastarla contribuye al empeño.

Velar porque no quede equipo conectado cuando no lo utilicemos ni permanezcan encendidas luminarias inútilmente es imprescindible rutina, así como no utilizar el televisor como radio.

No cuesta nada dejar de usar la plancha –por ser muy gastadora– en horario pico (como el nocturno a partir de 7:15 p.m.), graduar el termostato según la tela, revisar que la superficie esté lisa, limpia y planchar la mayor cantidad de piezas en una sola ocasión.

Así hay que pensar en casa y en el ámbito laboral, donde faltan –en no pocos– hábitos racionales cotidianos que favorecen al bolsillo de la familia y de un Estado consagrado al pueblo y que tiene la luz larga de no privatizar un servicio que, por ponerse en venta en otras naciones sin sanciones imperiales, causa masivos cortes como en Chile, o Ecuador con apagones de 20 horas diarias.

Del fracaso privatizador también son testigos cientos de miles en Puerto Rico y España donde dos de cada diez hogares pasan frío en invierno, y muchos no pueden pagar la factura, algo que se repite en varios países de la vieja Europa.

Aquí no nos pasa factura la cruda privatización en este país que está obligado, sin embargo, a cobrarle muy caro al derroche, mientras enfrenta a pie firme las penalizaciones a navieras que transportan petróleo, el veto a inversiones en energía y dilaciones por el combustible que si antes llegaba en días desde más cerca ahora tarda meses de Rusia o Irán.

Mas, esa propia resistencia llena de ingenio y optimismo exige de cada cubano ahorrar de veras y de algunos dejar de ver el bloqueo como metáfora…, cuando es el estrangulamiento de la guerra no declarada de un criminal vecino.

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Isla de la Juventud Opinión
Diego Rodríguez Molina
Diego Rodríguez Molina

Licenciado en Periodismo en la Universidad de La Habana.

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