Redacción Digital
El alboroto en la aeronave era tremendo desde la subida de los atletas, cuya edad promedio apenas rebasaba los 30 años; quizá por eso, aquel seis de octubre de 1976, nadie reparó en los individuos que ocuparon asientos durante 26 minutos, pues montaron en Trinidad y Tobago y se bajaron en Barbados.
Los terroristas venezolanos Freddy Lugo y Hernán Ricardo Lozano
colocaron la carga explosiva que destruyó el avión civil CU-455 de Cubana de Aviación en pleno vuelo con 73 pasajeros a bordo: 57 cubanos –entre ellos, el equipo nacional juvenil de esgrima ganador de todas las medallas de oro del recién concluido Campeonato Centroamericano y del Caribe de esa disciplina–; 11 jóvenes guyaneses –seis iban a cursar estudios de Medicina en Cuba– y cinco ciudadanos de la República Popular Democrática de Corea.

Para cometer tal monstruosidad, los serviles secuaces fueron contratados por los extremistas de origen cubano Luis Posada Carriles y Orlando Bosch Ávila, autores intelectuales del atentado fraguado por la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos (EE.UU.).
A breves minutos del despegue en el aeropuerto internacional Grantley Adams en Seawell, Barbados, y ocurrir el incendio, los pilotos trataron de regresar a tierra, pero la nave envuelta en llamas permaneció en el aire unos minutos más, hasta caer en las costas cercanas al país caribeño.
Antes de hundirse el avión, el capitán Wilfredo (Felo) Pérez Pérez, elegido ese mismo año Héroe Nacional del Trabajo, y el copiloto Miguel Espinosa Cabrera pudieron explicar la ocurrencia de una explosión, que tenían fuego a bordo y sus intentos de regresar.
La mayor parte de los cuerpos reposan en las profundidades del mar, solo los restos mortales de ocho cubanos fueron rescatados, trasladados a La Habana y velados en la base del Monumento situado en la Plaza de la Revolución José Martí.
El corazón se compunge al imaginar el pánico que cundió en las víctimas del horripilante crimen y al recordar el dolor de sus familiares, al que se unió en duelo todo nuestro pueblo.
La política canallesca del terrorismo de Estado acometida por más de medio siglo contra Cuba a través de acciones organizadas desde los EE.UU.–en las que han perdido la vida o sufrido graves heridas miles de compatriotas, incluidos niños, mujeres y ancianos–es responsable del luto en los hogares cubanos, junto a la destrucción y afectaciones causadas a bienes, recursos e instalaciones, cuya complicidad imperial queda demostrada porque la norteña nación ofrece impunidad y protege a quienes persisten en emplear la violencia con fines políticos.

En medio de un profundo silencio de un millón de cubanos congregados en la histórica Plaza de la Revolución el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, en el discurso pronunciado en el acto de despedida de duelo el 15 de octubre de 1976, remarcó: “¡Nuestros atletas sacrificados en la flor de su vida y de sus facultades serán campeones eternos en nuestros corazones; sus medallas de oro no yacerán en el fondo del océano, se levantan ya como soles sin manchas y como símbolos en el firmamento de Cuba; no alcanzarán el honor de la olimpiada, pero han ascendido para siempre al hermoso olimpo de los mártires de la Patria!
“No podemos decir que el dolor se comparte. El dolor se multiplica. Millones de cubanos lloramos hoy junto a los seres queridos de las víctimas del abominable crimen. ¡Y cuando un pueblo enérgico y viril llora, la injusticia tiembla!”
En tal sentido, en el 2010, el Consejo de Estado –al amparo del Decreto-Ley No. 279– declaró oficialmente el seis de octubre Día de las Víctimas del Terrorismo de Estado, en recordación del ominoso sabotaje cometido en esa fecha de 1976.
Han transcurrido 47 años y la voladura del avión es una cicatriz en la memoria de familiares y el pueblo que cada año rinden tributo y depositan ofrendas florales en el Panteón de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de la Necrópolis de Colón para evocar a las víctimas del horrendo suceso que aún espera justicia.
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