Cada acción cuenta

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Resulta innegable mi presencia, cada vez me hago más imprescindible en la vida moderna. Lo mismo sirvo para el envoltorio de cualquier comida que los seres humanos vayan a consumir, envasar agua, refrescos, medicamentos hasta las fibras de la ropa que visten.

Sin embargo, con el decursar de los años ese desmedido incremento de mi uso también ha dejado que tenga un impacto devastador. De hecho, ríos, océanos, suelos e incluso el aire que respiran se han convertido en receptores de toneladas de residuos dúctiles, fragmentándose en microplásticos que invaden la cadena alimentaria y representan una amenaza aún no del todo comprendida para la salud humana y ecosistémica.

Para que se tenga una idea de la magnitud del asunto. Según la Organización de las Naciones Unidas se calcula que en el mundo se vierten cada año 11 millones de toneladas de desechos en los ecosistemas acuáticos, mientras que los microplásticos se acumulan en el suelo procedente de las aguas residuales y los vertederos debido al uso desproporcionado en productos agrícolas. El costo social y medioambiental anual de la contaminación oscila entre 300 000 y 600 000 millones de dólares.

Foto: tomada de Internet

Por ello este cinco de junio, Día Mundial del Medio Ambiente, se centra en un tema crucial: Poner fin a la contaminación por plásticos, cuyo mensaje insta a abordar el problema no desde la prohibición o la alarma sino desde la educación, la reflexión crítica, la búsqueda de soluciones y alternativas sostenibles.

En esta oportunidad se contempla, además, la campaña #BeatPlasticPollution, la cual bajo el liderazgo del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) cobra un protagonismo esencial, urgiendo a todos, desde los gobiernos hasta el ciudadano, a tomar acción.

Foto: Tomada de Internet

Y la solución no radica únicamente en la limpieza de los desechos existentes, aunque es sin dudas una gran contribución, lo más trascendental será la reducción drástica de la producción y el consumo de plástico virgen. Esto implica un rediseño de los sistemas de producción, una apuesta decidida por la economía circular y la promoción de alternativas razonables.

No obstante, sigo pensando que la verdadera fuerza radica en la acción individual. Cada una que se haga, por muy insignificante que parezca, cuenta.

Pueden ser desde optar por bolsas reutilizables, rechazar mi fabricación para un solo uso, apoyar a empresas, colectivos educacionales y laborales con prácticas sostenibles hasta exigir un cambio en los líderes y productores.

Cierto, soy un plástico, pero estoy en contra de la contaminación, la cual no debe ser una batalla de gigantes abstractos, más bien la suma de millones de pequeñas decisiones que, juntas, pueden revertir una tendencia devastadora en pos de un futuro más limpio y saludable.

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Karelia Álvarez Rosell
Karelia Álvarez Rosell

Licenciada en Defectología en la Universidad Carlos Manuel de Céspedes, Isla de la Juventud. Diplomada en Periodismo con más de 30 años en la profesión.

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