
“Ustedes no estaban en esa sala ayer (domingo), fue el mejor acuerdo posible”.
En un momento de su conferencia de prensa, Maros Sefcovic, el hombre de la negociación, intentó fotografiar a su manera el pacto de Turnberry.
Lo hizo dirigiéndose a los periodistas europeos, pero, implícitamente, sobre todo a los muchos que enmarcan el acuerdo sobre los aranceles como la capitulación de Europa frente a Donald Trump.
El acuerdo firmado por Ursula von der Leyen agrada a pocos.
La mayoría eligió la línea de la cautela, pero quien no lo hizo, como Francia, habló del “día más oscuro” y de “sumisión” a Estados Unidos. E incluso Berlín, después de leer mejor los términos del acuerdo, lanzó la alarma.
“¿Se podía hacer más?” “¿Se actuó correctamente evitando poner en juego una sola respuesta frente a Estados Unidos a partir del 2 de agosto?”. Preguntas como estas surgen en cada cancillería europea, en cada partido, entre los CEOs de las grandes empresas y, quién sabe, tal vez incluso entre algunos comisarios.
Los datos, por ahora, describen un pacto fuertemente asimétrico que, si bien evitó el 30% amenazado por Donald Trump, incluyó varias concesiones que quedaron en los últimos días en los cajones del Palacio Berlaymont. Y en algunos sectores clave, como el de los vinos o el de los medicamentos, el vaso parece a la mayoría medio vacío.
Emmanuel Macron, primer partidario de una línea muscular con Washington, optó hasta ahora por el silencio. Habló, sí, su primer ministro. “Es un día oscuro cuando una alianza de pueblos libres, unidos para afirmar sus valores y defender sus intereses, decide someterse”, fue el posteo de François Bayrou.
No sorprendió la posición de Viktor Orban, anti-Ue incluso cuando Bruselas hace feliz a su mejor aliado, Trump.
“El acuerdo es peor que el firmado entre Estados Unidos y Reino Unido. Trump se comió a Ursula en el desayuno”, atacó al primer ministro húngaro.
Menos evidente fue el cambio de opinión de Friedrich Merz.
Pocos minutos después del acuerdo, el canciller alemán celebraba el éxito de su compatriota en Escocia.
Menos de 24 horas después, admitió que “no estaba satisfecho” y predijo “un daño considerable a la economía” germana.
Donald Tusk, pilar del Partido Popular Europeo (PPE) como Von der Leyen, optó por el silencio. Muchos lo imitaron. El premier español, Pedro Sánchez, ciertamente no el mejor amigo de Trump, dijo que “apoya el acuerdo, pero sin entusiasmo”.
La primera ministra de Italia, Giorgia Meloni, reiteró la tolerancia del 15% para las empresas italianas, pero pospuso su juicio definitivo. También porque el apretón de manos de Turnberry aún debe traducirse en un texto escrito y acordado, punto por punto, por ambas orillas del Atlántico.
El texto final debería llegar antes del 1 de agosto. Hasta entonces, se bailará. Y la Casa Blanca, que calificó el acuerdo de “colosal”, difícilmente hará concesiones.
Los Representantes Permanentes de los 27 volverán a reunirse sobre el expediente en las próximas horas.
El momento más delicado será el del visto bueno a la suspensión -que se supone sine die- de la lista de contramedidas que la UE habría puesto en marcha a partir del 7 de agosto. Es casi imposible que no se conceda el permiso. Pero en la mesa, en esa ocasión, todos los malestares surgirán con claridad.
“Suspenderemos los contraaranceles a partir del 4 de agosto, pero las medidas siguen estando listas y pueden reactivarse”, puntualizaron desde la ejecutiva de la UE.
También en el Palacio Berlymont, en ocasión del Colegio de Comisarios, se habló del acuerdo que, según Von der Leyen, evitó el abismo y el colapso del mercado europeo.
Por ahora el apoyo de los comisarios a su presidente parece aguantar. Sin embargo, en las últimas semanas, incluso entre los funcionarios europeos se esperaba una mayor musculatura en la negociación.
El pacto, además, en su asimetría no parece respetar los parámetros de la OMC. Satisfaciendo, también desde este punto de vista, a aquellos como Trump que quieren desechar todas las reglas del multilateralismo.
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